Hace mucho que no escribo y no me disculparé. Creo que lo que más me ha dolido en esta cuarentena, además de la indignación y la empatía, han sido mis piernas. Volvió mi tendinitis, vieja amiga, y los cólicos se han manifestado más en un dolor de huesos insoportable que viaja a lo largo de ellas. También me duelen simbólicamente por no posarlas en otras piernas, extrañas, fugaces; en otras paredes; en otros hombros. Por no sacarlas a pasear a bares y cafés, a dar vueltas, a caminar a la Luis Ángel Arango, a caminar por el barrio, a montar bici, a patinar. Desde pequeña fui patinadora competitiva y, más tarde, bailarina, siempre la conexión con mis piernas y pies ha sido especial: preferiría mil veces vivir sin manos que sin una pierna.
Me duelen simbólicamente. Me duelen de veras.
Me duelen simbólicamente. Me duelen de veras.
Los últimos días me he reconciliado con el silencio: no hablo, no llamo, tampoco les escribo por aquí. Últimamente, también, asoleo mis piernas en silencio, creyendo que les falta vitamina D o simplemente el roce de algo caliente, de algo natural, de algo que no sea concreto o ladrillo. Ahí estoy yo, toda piernas, toda extremidades inferiores, dejando que el sol me acaricie, me tueste, me escoza las heridas antiguas y las nuevas que va dejando esta pandemia. Volví a usar mi venda, volví a bailar necesitando de su soporte y hoy, por fin, después de tanto silencio, volví a escribirles a ustedes.
Ojalá pronto, pronto, este par de piernas puedan llevarme a leerles, a conocernos. Sigo trabajando en mi proyecto de grado y cada vez muta y cambia más, más que el coronavirus, creo yo. Ojalá y este blog o mis palabras, o mis fotos, o mis redes, les sirvan de venda, de apoyo, así sea fugaz, para esta situación adversa. Siempre estoy si quieren hablar. Estar en silencio me ha ayudado a escuchar mejor. Cuéntenme: ¿a ustedes qué parte de su cuerpo les ha dolido por estos días?
Un beso piernil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario