lunes, 8 de junio de 2020

Las piernas


Hace mucho que no escribo y no me disculparé. Creo que lo que más me ha dolido en esta cuarentena, además de la indignación y la empatía, han sido mis piernas. Volvió mi tendinitis, vieja amiga, y los cólicos se han manifestado más en un dolor de huesos insoportable que viaja a lo largo de ellas. También me duelen simbólicamente por no posarlas en otras piernas, extrañas, fugaces; en otras paredes; en otros hombros. Por no sacarlas a pasear a bares y cafés, a dar vueltas, a caminar a la Luis Ángel Arango, a caminar  por el barrio, a montar bici, a patinar. Desde pequeña fui patinadora competitiva y, más tarde, bailarina, siempre la conexión con mis piernas y pies ha sido especial: preferiría mil veces vivir sin manos que sin una pierna.

Me duelen simbólicamente. Me duelen de veras.

Los últimos días me he reconciliado con el silencio: no hablo, no llamo, tampoco les escribo por aquí. Últimamente, también, asoleo mis piernas en silencio, creyendo que les falta vitamina D o simplemente el roce de algo caliente, de algo natural, de algo que no sea concreto o ladrillo. Ahí estoy yo, toda piernas, toda extremidades inferiores, dejando que el sol me acaricie, me tueste, me escoza las heridas antiguas y las nuevas que va dejando esta pandemia. Volví a usar mi venda, volví a bailar necesitando de su soporte y hoy, por fin, después de tanto silencio, volví a escribirles a ustedes.
Ojalá pronto, pronto, este par de piernas puedan llevarme a leerles, a conocernos. Sigo trabajando en mi proyecto de grado y cada vez muta y cambia más, más que el coronavirus, creo yo. Ojalá y este blog o mis palabras, o mis fotos, o mis redes, les sirvan de venda, de apoyo, así sea fugaz, para esta situación adversa. Siempre estoy si quieren hablar. Estar en silencio me ha ayudado a escuchar mejor. Cuéntenme: ¿a ustedes qué parte de su cuerpo les ha dolido por estos días?

Un beso piernil.


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