jueves, 5 de diciembre de 2019

Después



Acabo de tomar esta foto. No tiene filtro ni el usual marco blanco. Así, tal cual en el presente. Enciendo las tres  luces de la sala para rellenar algunas sombras detrás del gato de peluche. Acerco a Miguel, el único cactus entre suculentas. En la silla, frente al gato de mi gato, 2 libros que he estado leyéndome a lo largo de este año. Lo cierto es que tomo esta foto porque ya no voy a volver a trabajar en la PPP, como sabrán los que me leen desde antes. Renuncié. Ahora estoy despidiéndome de cosas, personas, circunstancias, lugares y libros que ya no seguirán siendo en mi vida. Como estos 2. Es decir, claro, los seguiré leyendo. Los terminaré. Sin embargo, no como antes. Tenía la libertad (y parecía infinita) de agarrarlos cuando se me diera la gana. De leer 1, 1/2 página, repetir algun párrafo que me hubiera gustado. Me deleitaba y ese placer extraño de procrastinar me llenaba. Me hinchaba el pecho diciendo que "no había afán", "puedo seguirlos dejando para después". A veces no hay después. Y no me interesa sonar aleccionante ni moralizante. No. Simplemente estamos tan esperanzados con el después, o más bien, avanzamos sin cuestionarnos y sin dudar de lo que sigue. Estamos tan en sintonía con el juego, el aplazamiento, el pago a cuotas, el préstamo. El futuro, siempre existe el futuro. Ya veré cómo soluciono. Luego veré qué hacer. Y no me malentiendan, también es horrible andar de paranoico, cuidando y revisando diez mil veces una decisión antes de lanzarse, pero el exceso de confianza es peligroso también. Y es que no pasa nada grave por irme de la PPP. Nada. El mundo sigue. Lectores habrá, seguirán asistiendo, seguirán con sus vidas. Yo también. Terminaré mi tesis. Me graduaré. Nada grave. Pero nunca más la sensación cínica de seguir aplazando las palabras de estos grandes ensayos. Nunca más el desparpajo, el capricho y la rebeldía de antojarme solo 2 minutos de leerlos, solo 1 página, solo 1 tarde sentada en la PPP. Nunca más poder llevarlos a casa, sin reglas, sin formatos, así, solo para mí, solo para mi egoísmo y mi manía de posponerlos. Nada grave: ahora soy solo una usuaria/lectora que debe entregarlos puntual a los 8 días.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Títeres derrocando un gobierno títere

Leoncio hace historia, 21N

Tengo un títere de presidente. No lo elegí yo. De hecho, no lo eligió el pueblo. Fue elegido por la registraduría en la estrategia más obvia y más sucia del mundo. A partir de ahí todo se ha ido a pique. Vuelven los falsos positivos, claro, al ser un gobierno títere del verdadero dueño de Colombia, el señor Álvaro Uribe Vélez. Ese señor fue elegido por el 2002 con las mismas estrategias que hoy vende: siembra terror y señala a la izquierda, el castrochavismo y las Farr de cualquier evento negativo en el país. Implanta miedo para vender seguridad. Eso hizo, sumado a sus falsos positivos, que lograra la aceptación de un montón de colombianos, entre ellos mi mamá, que votó por su reelección en el 2006, pues siendo llanera (los llanos orientales de Colombia fueron un pueblo azotado históricamente por la violencia bipartidista y de las guerrillas) tragó enteras las grandes cifras de derrotas y operaciones militares exitosas contra la guerrilla. En fin, Ivan Duque es el títere, a sabiendas, implantado por el Centro Democrático para seguir repartiendo en pedazos las ganancias del país, los terrenos, los subsidios y teniendo acciones populistas que de fondo no resuelven nada pero venden la falsa impresión de que les preocupa el pueblo.
El 21N es un hecho histórico. Me siento orgullosa de salir a marchar y alzar la voz con mi títere, Leoncio. Nada mejor para derrocar a un gobierno títere que los títeres.

Hoy ya es 28N y esto sigue. El descontento es general. En las noches la ciudad se enciende. Yo he estado los últimos 2 días en cama por un virus horrible: me consagré al paro y no dormí ni comí lo suficiente. He visto imágenes lindísimas del paro nacional. Niños, abuelitas en pijama y con cacerola, militares rapeando y diciendo que apoyan el paro, que apoyan al pueblo. Los grandes medios, claro, siembran terror. Se alternan entre culpar a 'vándalos' y decir que el paro ya acabó. Yo tengo la certeza de que no. El germen de inconformidad está en cada uno de los colombianos, de los latinoamericanos. ESTO SIGUE. EL PARO NO PARA.


21N
21N

23N
PD1: La títere con la que posa Leoncio es hermosa. La encontramos en 2 movilizaciones distintas. Hay muchos títeres en las calles y uno bien grande por derrocar en la subpresidencia. 
PD2: Todas las fotos de Leoncio en el 21N son de M y el besito a la títere fue capturado por mi compañero Nicolás el 23N.

domingo, 27 de octubre de 2019

Traba pre-electoral // Vol. 1

Esta entrada la escribimos Miguel y yo.

Pipas de compromiso, Miguel Ángel, 2019

1: Gato marihuano

Comienza con risas. Muchas risas. Las lágrimas gordas de Miguel cayendo incontrolables con cada carcajada, un Uhh, severo tema saliendo de mi boca, humo y la noche entrando por la ventana del quinto piso.

Hace poco volví a consumir marihuana. En el pasado había tenido una experiencia traumática y grave con drogas -que contaré en detalle la siguiente semana- y me había distanciado de los psicoactivos durante muchos años. Lo mismo le pasó a Miguel.
En fin, lo retomé. Lo retomamos. En un momento clave de relación con Miguel, celebrando nuestro aniversario, replanteándonos el poliamor y otras cosas, nos fuimos de viaje y fumamos un porro en La Vega. Ese día hablamos con fluidez y demasiada franqueza. En una banca improvisada en la vereda El Arrayán Alto dialogamos con el almita, dos polas en la mano y par de porros. Trabados decidimos permanecer juntos, tranquilos por el efecto de la marihuana y con la gran sospecha de que nada más nos podía separar. Era una sensación increíble. Esa noche, ambos nos reconciliamos con nuestra experiencia alucinógena.
Miguel había sido dealer en un colegio público en Bogotá. Fue amigo de "Popeye", uno de los más bravos de una pandilla del Garcés Navas y todas su amistades -en general- fueron de dudosa procedencia. Nadie apostaba mucho por su futuro. A mitad de la carrera -cuando decidió irse por la fotografía- aun fumaba, aunque no era tan frecuente como antes y no se acercaba a la cantidad de su consumo escolar.

Compramos dos pipas. Miguel dice que son nuestras pipas de compromiso -últimamente me habla mucho de matrimonio-. Hace unos días había contactado a un nuevo dealer y tenía 1/4 lb de marihuana en el primer cajón de la mesita -al lado de mis tangas y sostenes- esperando una bonita ocasión. La idea era fumarla mientras acampábamos, tan pronto yo saliera a vacaciones de la universidad y el trabajo. Sin embargo, en la 'ley seca' pre-electoral, con unas pipas recién compradas y tan hermosas sería todo un desperdicio no estrenarlas. La afición fue tal que Miguel les hizo una sesión fotográfica para recordar.
Entrada la noche mi novio saca sus habilidades ocultas de ex-dealer y empieza a preparar las pipas. Mañas de perro viejo. Las quema con esmero y la mía, que tiene un grabado especial, la prepara primero. La yerba poco a poco empieza a sabernos delicioso. La punta de la lengua dormida y con cosquilleo, la ventana grande abierta y la música que nos recuerda al colegio sonando duro en el parlante. Un mareo leve y una actitud risueña. Risas, muchas risas: ese es el comienzo. La cosa va bien. De la nada Miguel se pasma. Queda acostado en la cama, en posición fetal, con los ojos preocupantemente abiertos y cara de angustia. Comienza a decir incoherencias. Me río por inercia y luego veo que él no corresponde mi risa. Le toco el pecho y tiene una especie de taquicardia. Me preocupo. Pongo mis dedos debajo de su nariz para comprobar que aun respira. Temo que convulsione o pase algo trágico -como me pasó hace unos años-. Sin embargo, no desespero. Me calmo. Tengo la costumbre de ser hiper-consciente en casos así. Me pasa igual con el trago: le ordeno a  mi cuerpo que nunca pierda el control y que actúe por encima de la sustancia que consumo. Trato de despertarlo pero no surte efecto ninguno de mis zarandeos. Entonces vuelve en sí. Lo primero que me señala es el gato y dice: Ese gato marihuano. Está filosofando. Asumo que es solo un lapso de la traba y lo dejo pasar. Luego dice que el gato lo muerde demasiado y vuelve a angustiarse. El gato ya está lejos y nunca lo muerde. Hace caras de dolor y yo me preocupo de nuevo. Vuelve a mirarme y me explica que siente que se muere. Que nos tiramos del quinto piso. Que lo atropella una tractomula. Que nos caemos por las escaleras. Se levanta rápido y se acerca peligrosamente a la ventana. Siento verdadero temor. Se me pasa la sensación plácida de la traba. Apago la música. Miguel ya había intentado suicidarse en su época del colegio, un día me lo confesó entre lágrimas. Yo trato de no pensar en lo peor pero pienso en cómo llamaría a la policía o a mi hermana o a alguien que nos ayude. Al borde de la ventana me mira y Lucky -el gato marihuano- se asoma al borde de la cama. Miguel se ríe y se aleja del vidrio...

P.D1: El vol. 2 viene este jueves con severo mal viaje.
P.D2: El otro domingo, siguiendo la línea temática alucinógena y psicoactiva, contaré mi experiencia de epilepsia con drogas.
PD.3: Como siempre gracias por leer y llegar hasta aquí.



domingo, 20 de octubre de 2019

Casita chueca

Me voy por un tiempo, casita chueca.
Espero puedas mantenerte sola
sabes donde está cada objeto
cada cosa
sabes cerrar tus ventanas
lavar tus tapetes
fregarte los baños. 
Me voy por un tiempo, casita chueca.
No creas que eres torpe
o estorbosa
no creas que me voy 
porque busco otra.
Me voy por un tiempo, casita chueca.
Solo eso
para ver si mis poemas cambian
si me refresco un poco el alma
es corto tiempo
te lo aseguro. 
Sabes donde hacerte el café
mientras regreso
donde encender la radio
 o tocarte unas notas en el viejo piano:
Me voy por un tiempo
y no es por dejarte sola.
Casita, no es para siempre
es mientras todo mejora. 

Este poema es de julio de 2013. Un mes impar de un año impar: estaba deprimida. En cuanto a casas, mi vida gitana me ha hecho cambiar muchas veces. Llevo en mí la sensación de desarraigo y novedad, la expectativa y el mal sabor de boca del hogar anterior. En orden cronológico viví en Bogotá, Sogamoso, Yopal, Sogamoso de nuevo, Bogotá, San Francisco y Bogotá. Muchas casas, casi cada año. Nuevos amigos, nuevos colegios, nuevos barrios. Apartamentos con tapete, con piso resbaloso, con buena vista o sin vista alguna, con patio o sin él, con cuarto de la empleada que nunca tuvimos o sin, cocina integral o no, espacioso o más bien angosto, casi siempre sin muebles -mamá dejó de comprar como en la 3era mudanza- y en todas las ocasiones un vértigo mezclado con curiosidad.
Llevo quieta desde el 2015 más o menos, viviendo sola o acompañada en mi apartamento. Desde hace más o menos 2 años empezó a tomar la verdadera forma de hogar. Mi hogar turquesa con vista 10/10, con ventanas de piso a techo, una buhardilla donde tengo todos mis materiales y muchas cubetas de huevo para mis manualidades. Mi escritorio turquesa y mi biblioteca, mi cama doble de webcammer y el televisor que me regaló un viejo admirador. Hoy pintamos nuestra casa con los niños. La mía tiene jardín porque es una mezcla de todas las casas que habité o habitam aún en mí. Aquí en el apartamento solo tengo 3 suculentas: Yurani, Miguel y Ximena. Tiene 'paciencia' y 'disciplina' que son dos palabras con las que me debo reconciliar, un gato negro y una niña columpiándose, seguramente Lucky y yo. Creo que en la cancha de fútbol está Miguel.
Mi casa turquesa ya no es chueca como en el poema que escribí en el 2013. Mi casa es hogar desde que decidí intentar quererme más.

jueves, 17 de octubre de 2019

Alfabeto


Identidad, LaCuatro, 2016

A: mi abuelo, el tinto con panela a las 5 de la mañana mientras todos mis tíos y primos dormían. Las caminadas a la tienda de Don Juanito y las veces que me preguntaba: ¿qué quiere mamita? Y yo decía: helado, helado. ¿Helado, paleta y un puño en la jeta? Y agarraba a reír. Nunca me compró el helado. Me timaba con un bonyurt.
B: Los besos que no doy porque me dan asco las babas.
C: Chocolate, clavos y canela. Chocolate de mi abuela alcahueta. Chocolate a toda hora. Porque sí. Porque no. Chocolate para la sed. Luego el cuatro, motivo de este blog. Y de últimas el cáncer que se llevó a mi abuela y a tantos otros más.
D: Ducales. Las ducales con chocolate. Partidas, aplastadas: hechas sopa. Las ducales porque nunca me gustó el pan y porque mi abuela alcahueta las compraba para mí. El dolor cuando mi papá murió, cuando la misma abuela nos deseó la muerte y nos desterró. Dolor cuando mis amigos y yo conformamos en el trío: dos guitarras y mi voz. Dolor cuando hablábamos de nuestra orfandad: los tres sin papá, los tres experimentando drogas por primera vez.
E: Lo que hago. Mi oficio. El motivo de este blog, de todas estas semanas exponiendo mi vida, tratando de tocar una que otra sensibilidad, alma, corazón -como le quieran llamar-. Escribir es la quinta letra de mi alfabeto personal. Lo que impulsa este blog. El encuentro con la palabra. Exhibirme, exponerme, embarcarme en la aventura. Dejar el lugar cómodo: enfrentarme cada día a un papel, a una entrada en blanco. Y elegir seguir haciéndolo.

Y... ¿cuál es su alfabeto personal?

Siempre gracias por leer y buena luna.

domingo, 13 de octubre de 2019

Falsa empatía


Siempre me ha molestado la falsa empatía: es como leer un mal cuento. Sabes que las emociones enunciadas no corresponden a los personajes -mal caracterizados- y a los lugares o atmósferas -cojas- que el autor propone. Cuando no eres genuino, el lector lo resiente. El lector no es bobo: es persona. Vive emociones, sabe de eso. Pasa igual con la falsa empatía. Una persona la percibe, porque sí, porque lleva años decodificando gestos, palabras, señas, porque lleva años descifrando emociones e intenciones, porque se vincula y sabe cómo es, se relaciona y se junta con otras y sabe distinguir lo genuino de lo sintético. Entonces sí: la falsa empatía se nota.
Lamento decepcionarte, bb, pero tu actuación no es tan buena. No te creas.
Detesto eso. Una falsa preocupación o una lástima que se despierta de repente y finge entre palabras, busca ser elocuente o dar monedas o una sonrisa o un abrazo incómodo, una acción que rectifica la verticalidad del momento. Un yo que finge para que el otro,"pobrecito", se sienta mejor. 'Pobrecita, yo estoy en lo correcto: enseñémosle' o 'pobrecito, acaba de morir su madre, abracémoslo'. Y así mil escenarios más. ¿Qué? Es el lugar políticamente correcto de la lástima, la piedad disfrazada de buena intención pero que solo instala, una vez más, una relación de poder.

A ver, la semana pasada salimos a tomar unas cervezas con mis compañeros de diplomado de la Tadeo. Hablamos de politicas públicas, pedagogía, en fin, nerdos todos y bellos. Celebramos que culminamos el primer ciclo del diplomado y que sobrevivimos a la carga laboral y educativa. Polas van, polas vienen. En un momento tocamos el tema de vivir en un lugar central. Samper Mendoza, Santa Teresita, barrios que salieron a relucir por centralidad y poco precio. Entonces me preguntan: ¿dónde vives? Yo respondí: Engativá y enfaticé que no me gustaría vivir en el centro. Ahí estoy bien y además estoy en mi apartamento, entonces para qué irme, dije yo. Hago muchos comentarios sin pensar que el otro puede percibirme como alguien con vanidad. Yo honestamente no lo hago así, pero suele parecer. En fin, digo esto y una chica, que acababa de hablar sobre prejuicios, pedagogía y demás suelta un: ¿tú, tan joven? ¿Quién te lo dio? ¿Tu papi? Me reí por dentro. Todos los prejuicios de la chica cayeron sobre la mesa, al lado de la mancha de cerveza. Uh, le dije. Si te digo el porqué te vas a sentir mal y no quiero tu falsa empatía. Gracias. Quedó en shock. Sin embargo, insistió. Yo estaba cagada de la risa por dentro. Le dije: Sí, ¿sabes?, me lo dejó mi papi cuando murió a mis 6 años. ¡Plop! La cara se le transformó. Me reí y le dije: Todo bien. Soy pensionada por eso, una indemnización por parte del estado 12 años más tarde, con eso me compré mi apartamento y me pagué mis dos universidades. Cero misterio. Todo bien. Los ojos se le escondían cada vez más en el rostro de la vergüenza. La chica desde su educación me pidió unas disculpas pegadas con baba y yo solo me reí y asentí. No me place tener razón. Tampoco me placen las disculpas. Lo que me place es descubrir la ficción de lo políticamente correcto, de los protocolos sociales y de la supuesta 'conciencia de clase' que dicen tener muchos. Los prejuicios están siempre a la orden del día, así como se puede señalar o confundir a un rapero con un delincuente también suelen señalar a alguien de burgués o niño de papi y mami sin tener ni la menor idea de lo que ha vivido para estar ahí. Soy consciente de mis privilegios, accidentales, pero al fin y al cabo privilegios. Lo gracioso es evidenciar la cojera crónica de la empatía de otros: las falsas luchas que no son auto-críticas.

Esta es una entrada atípica, un retrato lo más fiel posible de los prejuicios que debo soportar a diario y -aunque con algo de ponzoña- una forma de hacerles reflexionar un poco.

Nos leemos después. Abrazos.

P.D: Siempre gracias por leer, algunas entradas ya sobrepasan las 400 vistas. Eso me hace una persona insanamente feliz y una potencial monetizadora de este blog. (Risas).


jueves, 10 de octubre de 2019

Empelicularse


The Grand Budapest Hotel, Wes Anderson
Hace unos tres años, más o menos, trabajé en una videotienda. Quedaba a unas cuantas cuadras de mi casa y era de muy buena fama por el barrio e incluso a nivel Bogotá. El asunto era este: vendía películas  piratas de muy buena calidad, con excelente presentación e incluso hacía copias en blu-ray de los estrenos recientes. Era un lugar donde la gente hablaba de cine, con muchas películas en el catálogo: cine alternativo y comercial en un solo espacio, juegos para todo tipo de consolas y objetos coleccionables "geeks" -importados desde Estados Unidos-.
La gente iba a hablar conmigo. Siempre termino en trabajos donde el atractivo principal o eres tú o es tu charla; venían de todas partes de la ciudad, a pesar de ser una tienda en el noroccidente -algo más cerca de La Vega y de otros municipios que de la misma Bogotá-. Venían a escuchar mis recomendaciones de películas y series. Básicamente me ganaba la vida haciendo pitchs. Practicaba para cuando tuviera que vender un argumento, una historia a un editor o un productor de cine.
Contaba brevemente el argumento, una que otra palabra que servía de anzuelo para despertar el interés y había quienes compraban a ciegas todo lo que yo recomendaba. Era genial. Ganaba muy bien por esa época, trabajaba poco, teníamos un acuerdo especial de contrato por prestación de servicios por ser pensionada y mi hora era la más costosa de todos los asesores. Por día veía 2-3 películas y debía estudiar las reseñas, las críticas, el catálogo y los directores. Surtí de películas a mi familia y amigos durante un buen tiempo. Era divertido y  sobre todo aprendí un montón. Estudiaba fotografía y fue el mejor complemento para la carrera.
El caso es que me fui porque mi jefe me acosaba. Un día no aguanté más y renuncié. Me fui en plena jornada y mi jefe amenazó con que mi contrato tenía penalización por abandonar el puesto así. Le recordé que tenía contrato por prestación de servicios e incluso le aclaré que él habia falsificado la firma de su hermano -el verdadero dueño que estaba en Medellín- y eso tenía cárcel. Qué mierda este mundo de machitos.
Durante un tiempo no volví a ver películas porque me recordaba ese trabajo. Fue difícil no hablar de cine todo el tiempo y extrañé ensayar nuevos juegos de xbox y wii. En fin... esta semana de 'receso' me reconcilié apenas con el cine. Volví a ver largometrajes -además que por fin tuve un tiempo más o menos digno- y ayer me vi una película: 'El concursante', argentino-española con una narrativa brutal que involucra y explica economía, además de tener recursos audiovisuales increíbles, mezcla de fotografía análoga, stopmotion y collage. Es brutal. Hoy veré una recomendada en pausa de mi director favorito Wes Anderson: 'Fantastic Mr. Fox'.
El cine es fantástico y ustedes, los que me leen, también lo son. 

viernes, 4 de octubre de 2019

Piel y complicidad

Hoy es viernes. Les escribo normalmente en jueves y domingo pero hay excepciones. La semana pasada M me hizo unas fotos. Las sesiones con él son espontáneas. A veces estamos en casa tranquilos, cenando o hablando y él ve una luz bella, una forma especial en la que toca mi piel y entonces me dice quédate ahí y traigo la cámara. Viene corriendo poniéndose la correa y destapando el lente, con una mirada de demente, de alguien que acaba de tener una epifanía y empieza a dirigirme, enfocarme y mover sutilmente mis manos. Muévete un poquito a la derecha, gira un poco a la izquierda. Me aterran las fotos. No soportaba mirar a la cámara y me daba pena y mis mejillas se ponían rojas. Aun más si de mostrar mi cuerpo se trataba. Pero con él existe una más que confianza, una más que complicidad. Le sigo el juego. Ya puedo distinguir qué movimientos quedan mejor, qué angulos, cuál es mi perfil, o si miro hacia abajo -nunca falla- o si miro a la cámara con los labios entreabiertos.
Mi cuerpo está a disposición del otro, incluso, creo, es una escena más íntima que el sexo. Es más ritual. Yo me despojo ante el otro y así, desprovista de pretensiones, dejo que alguien más capte eso que se escapa de mí: que no contengo pero tampoco provoco. Solo dejo que acontezca.

Esta entrada, como muchas otras, es una declaración de amor. A la piel. A esa piel que extendemos al otro en cada relación, en cada intercambio. Nuestra piel que se extiende en el mundo o más bien nuestra piel que es del mundo y se extiende en nosotros. Hablar de mi piel es hablar de las otras, de las compartidas, de las negadas, de las abandonadas. Esta entrada es una declaración del tacto, del amor al tacto y al tocarnos: a vincularnos.

Declaracion de amor:
A mí, sin vanidad, a mi cuerpo, sin pretensiones, a mi novio, con complicidad, a mis amigos, con compromiso, al elemento fuego, del que soy, a la naturaleza, de la que hago parte, al mundo, que me duele tanto y a ustedes que me leen, con agradecimiento.










jueves, 26 de septiembre de 2019

La peor tusa de todas

Un girasol para Karen, 2014

Hoy creí ver a Don Octavio. Me afectó demasiado porque Don Octavio fue mi papá por 11 años. Debo desglosarlo con calma así que les pido paciencia. No es fácil desnudarse. Yo me quito la ropa ante la cámara, el mundo, ustedes, mis amantes... pero hablar de Don Octavio y Karen es confesar mi peor tusa.
Karen fue mi vecina de toda la vida. A pesar de que viví en muchísimas ciudades del país, siempre tuvimos un apartamento, el 4-302, en Ciudadela. Karen vivía en el 4-301. A una puerta de distancia. Las veces en que veníamos de visita con mi mamá o los años que volvíamos por el impulso gitano de ella, me la pasaba con Karen. Éramos como dicen 'uña y mugre'. Una puerta de distancia, mi número de teléfono -todavía me acuerdo- 4314600, el de ella 4314500. Sé que parece pura ficción pero es real. Este blog es autobiográfico y así fue todo. Siempre estuvimos demasiado cerca en todo. Ambas practicamos patinaje de competencia, ambas altas, morenas... la única diferencia: ella tenía papá y se llamaba Don Octavio.
Pasé mis días en el 4-301. Allá me daban almuerzo y cena. Hacíamos onces, cocinábamos postres, veíamos películas. Ahí jugué guitar hero por primera vez, ahí di mi primer beso, ahí, a una puerta de mi casa, era mi verdadera casa. Mi mamá siempre estaba de malgenio, mi sobrina era una bebé ruidosa y mi hermana ya no era quién yo solía recordar. Me quedaba hasta la madrugada -incluso entre semana- y ya tenía pijama lista y una muda de ropa por si acaso no me daban ganas de volver al inhospito 4-302.
Crecí con ellos. Diego, el mayor, Karen, la del medio, y Felipe, el menor. Entre Felipe y yo siempre hubo algo. A través de los años variábamos el repertorio de besos, miradas indiferentes e insultos y pactamos nunca contarle a Karen de nuestro amorío raro para no crear problemas. Teníamos un grupo de amigos en el conjunto. Jugábamos ponchados, escondidas, botellita, karaoke, guitar, halo, etc. Éramos inseparables. Las reuniones se hacían en casa de todos, excepto, claro, la mía. Yo era la expatriada. Una especie de huérfana a propósito.
Los años de amistad pasaron sin problema. El cariño entre todos era inmenso y crecía. Con ellos pasamos muchas cosas. Mi primera traba, la primera vez de Karen, la vez que casi muero por convulsiones y marihuana y cuando Karen cayó por las escaleras y se dislocó el hombro. Recuerdo todo esto llorando. Ellos eran mi familia. Don Octavio incluso me compraba ropa en navidad. María Eugenia, la mamá de Karen, cumplía el mismo día que yo: 21 de agosto. Ellos optaron por hacernos una sola celebración conjunta cada año, cocinarnos algo vegetariano y partirnos un ponqué. De verdad me habían adoptado.
No sé cómo se distorsionó todo. Recibí la indemnización por la muerte de mi papá y todo cambió rapidísimo. Compré mi apartamento, me mudé cerca -en otro conjunto de Ciudadela- pero no volvió a ser igual. Nos veíamos. Nos amábamos. Nos distanciábamos cada vez más.
Yo entré a la universidad y Karen estaba en la suya. Ella era 2 años mayor que yo y ya había hecho un tecnólogo en cocina y luego empezó a estudiar Negocios. Yo entré a Creación Literaria y nuestros intereses comenzaron a apartarse. Viví sola con un colchón tirado en el piso como por 1 año. El orgullo no me dejaba volver con mi mamá y mis prioridades cambiaron. Karen estaba en época de rumba, descontrol y apariencias. No estábamos sintonizadas. Me dolía la vida entera sin ella pero no había nada qué hacer. Cuando nos veíamos era medio incómodo y tratamos de forzar la amistad de once años por unos meses más. No funcionó. De hecho, terminé teniendo sexo con su ex. Sabía que era un punto de no retorno. Meses después ella me interrogó, lo negué y me di cuenta que le había mentido a mi mejor amiga de toda la vida. Yo estaba tan hecha mierda, tan rota que me valió nada. Luego vinieron los abortos, la tristeza y la depresión que nunca le compartí. La última vez que nos vimos fue un 21 de agosto: no hubo torta, ni comida, ni soplo de velitas con María Eugenia. Ya se había acabado todo. Nos vimos por puro protocolo. Me deseó un frío feliz cumpleaños y me dio un abrazo de mala gana.
Ahora Karen tiene una hija. Don Octavio es un abuelo feliz -o eso dijo mi hermana una vez que se lo encontró-. Me duele saber que no estuve ahí. Me da un guayabo enorme la distancia que se instaló entre Karen y yo, mas sé que es inamovible. Yo la amo con todo mi ser, todavía; ignoro si ella me lee o si le importo... Solo sé que es la peor ruptura que he tenido en la vida.
Me duele una promesa rota: nuestros hijos serían amigos. Yo aborté a mis hijos, ella tuvo una. Ya debe tener 5 años, más o menos los mismos que llevamos sin ser amigas. Sin hablar. No sé si yo tenga hijos algun día -quiero pensar que no- pero si los tengo les diré que no hagan promesas tontas. Nada se mantiene en el tiempo. Ni nuestra amistad pudo derrotar esa realidad tan cruda.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Hipervínculos, mentiras y despistes

Volví. Las semanas que pasé lejos de redes sociales me hicieron pensar bastante. ¿Por qué nos saturamos todo el tiempo? ¿Por qué nos desdibujamos entre tanto contacto virtual? ¿En realidad tengo contacto con el otro? ¿Nuestras relaciones actuales son reales o son solo simulacros?
Volví a tener ataques de pánico. La ansiedad se vuelve insoportable y entonces hay que huir a algún sitio. A  alguna persona. A alguna actividad. Casi siempre corro a la calle, a personas que me atraen, a moteles. Huyo teniendo sexo. Creí haberlo dejado atrás pero de nuevo se concreta en mis crisis. Salgo a beber, quiero perderme, me beso con alguien, nos acostamos, vuelvo a sentir ansiedad. Por eso me fui de redes. Es tan fácil contactar a alguien: un desconocido por tinder, un profesor por instagram, un seguidor por twitter. Dejar que te consuman, que con un like o un mensaje compren la oportunidad de un encuentro. Es tan fácil concretar una salida con alguien. Una cita en el centro, un encuentro para bailar por chapinero, un café por la séptima: todas como aperitivo de lo que ambos dan por hecho. Es el previo al sexo. Un eufemismo para culiar, tirar, follar, comerse.
Me cansé de hipervincularme. La gente me apabulla, me abruma. Sus gestos, sus miradas,las emociones que logro leer en su corporalidad, las palabras que usan, sus olores. El contacto me causa demasiada ansiedad.
Como bibliotecaria/promotora de lectura es un gran problema. Estás en permanente exposición al otro, a sus charlas, a sus inquietudes sobre la lectura o la vida, a los chismes que la comunidad necesita contarte, a las habladurías de los que pasan, al hambre de los hijos de vendedores ambulantes, al frío de niños venezolanos a la orilla del humedal, a la soledad de los ancianos, al peso de la rutina de los guardas de seguridad, etc. Es difícil mediar el encuentro con un libro cuando estás tan saturada de realidad. Una realidad asfixiante, triste; torpe.
Como poliamorosa es un lío. Me he abstenido de relacionarme demasiado. Actualmente solo ejerzo con mi pareja. Risas. Un mes atrás tuve sexo con alguien. Si no comprometiera su trabajo, mencionaría su nombre -como es costumbre en este blog- y no me sentiría incómoda al poner un filtro innecesario a las verdades que cuento aquí. Sin embargo, no puedo desconocer que sería un riesgo para ambos, así sea una bobada institucional. En fin, me involucré emocionalmente y puse en juego un montón de cosas. Todo fue -cosa rara- cuestión de redes sociales y acordamos un día, una hora y un lugar. Probablemente ambos podíamos oler en el ambiente lo que iba a suceder, pero era mejor darle unas cuantas vueltas al asunto, obviarlo, ir a la biblioteca, entregar un libro, luego unas polas, luego unos tequilas, luego un transmilenio y, cuando creí haber tenido el control e ir directo para mi casa, un impulso nos colocó a ambos en la intención inicial. Entonces un motel, tener sexo como un rito: unas palabras que se repetían como un hechizo, una mirada, un gesto, un apretón en la muñeca, ¡qué rico!, otra frase, otro hechizo: sexo con el extraño plus de rol de poder institucional. Qué excitante.
Mentí esa noche a mi novio. Algo inexplicable porque teníamos un acuerdo y evadí contarle hasta hace un par de días. Volvió la ansiedad con más fuerza por sentirme una mentirosa, por no saber cómo contarle lo que había pasado y por obsesionarme cada vez más con quién me acosté. Pánico. Me zafé tan pronto como pude de redes sociales para no sentirme tentada a escribirle de nuevo -no por mojigatería ni arrepentimiento- e intenté quedarme lejos de los hipervínculos un buen tiempo.
Era extraño verlo en la institución, recordar por pedazos lo que había pasado esa noche. Más extraño aún sentir que me había hechizado: no podía dejar de pensar en él. Siempre con los nervios de punta, excitada y con ganas de repetir la experiencia, aunque deprimida por notar su distancia, su ambivalencia. La dualidad e hipocresía de una relación mediada por el poder y el peso de una institución. Qué mierda. Este episodio acentuó la ansiedad que ya venía creciendo y fue inevitable que todo se fuera a pique en las siguientes semanas. Enfermedad, incapacidad laboral, insomnio, desconcentración, falta de apetito, pulsaciones altas todo el tiempo, sensación de ahogo... Incluso mis labios se secaron y sangraron casi todo el mes. No pude besar a nadie después de mucho, ni siquiera a M. Fue horrible.

Siento que estoy algo más calmada después de todo. He perdido mi celular unas 4 veces desde entonces y de maneras inusuales siempre lo recupero o vuelve a mí. Ya me es indiferente quedarme sin comunicación durante unos días, incluso lo prefiero. La semana pasada volví oficialmente a redes. Ayer volví a perder mi celular, mis documentos y muchas cosas de valor. Parece que la secuela de este lío es el despiste. M se graduó de la universidad hace unos días y antes de la celebración tuve que decirle todo lo ocurrido. No quería celebrar algo tan importante desde la hipocresía y la mentira. Le afectó porque ya había pasado un tiempo y porque acomodé versiones para no herirlo en su momento. Aún así no hubo conflicto. La verdad siempre será la mejor mediación para un daño emocional. Hoy más que nunca agradezco su inmensa comprensión, su amor incondicional -tan increíble e inmerecido- y, claro, ahora les cuento todo a ustedes.

jueves, 12 de septiembre de 2019

🌻

Girasola, Miguel Ángel, Cartagena 2019

Este viaje fue memorable. Ya había hablado antes de él en el blog pero debo volver a la memoria. Fue exactamente hace 1 mes. Fue antes de esta crisis de ansiedad. Y es que eso me recuerda esta fotografía -tomada por mi siempre talentoso novio-: la ansiedad puede verse así. La depresión puede verse así. Supuestamente el color amarillo es símbolo de felicidad. Y ya ven. A mí me parece que han sido más de 3 meses desde que fui tan pero tan plena. Solo ha pasado 1 mes y estoy al borde de enloquecerme. O ya estoy loca y ya ni veo el borde. Me retiré de redes sociales desde la semama pasada, solo escribo pendejadas de vez en cuando en twitter, pero he reducido mi tiempo en línea menos de la mitad. Estoy cansada de los hipervínculos, de los chismes, de tanta información: estoy apabullada, saturada, abrumada. El mundo es un lugar inhóspito y horrible donde solo buscamos un placebo -un amor o varios, una droga, una red social- para no enfrentarnos al verdadero ahora. Mi ahora es un parque lleno de niños, donde unos gritan ¡GOL! y una mamá lee con su hija un cuento de una espía. Mi ahora es jueves, mi día favorito de la semana, un 12 - día par- y la ansiedad por el mundo y un cuento sobre un niño autista que todavía estoy construyendo. Todavía tengo restos de ese amarillo-felicidad-cartagenístico en el pecho pero no es suficiente.
Solo sé que hoy es jueves, día 12 y par, no estoy bien pero tampoco tan mal. Hoy intento estar mejor.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Ansiedad

Tras los recientes eventos en mi vida he decidido alejarme de los hipervínculos por un tiempo. De cualquier tipo de vínculo sexomorboarrechoafectivo que pueda alterarme. De instagram. De facebook. De whatsapp, messenger. Hasta de telegram. Dejo a un lado tanta vaina que me llena de ansiedad. Quiero ser una nada, una nadie, una omisión. Quiero ser ese carnet en blanco que persigue sueños sin nombre en una institución no anónima. Quiero seguir escribiendo textos sin etiquetas en mi computador blanco etiquetado como 'DELL'. Quiero seguir leyendo a Byung Chul Han y el budismo zen, incapaz de practicarlo realmente, acercándome desde la teoría a la inmanencia.
Entonces formulo la frase más incómoda e incoherente de estos días: Yo quiero ser invisible. Nada más que el yo para empezar, el deseo siempre tan egoísta y la imposibilidad tan clara de no existir. En fin. Quiero concentrarme en otras cosas. La ansiedad de vivir me deja una herida nueva cada día: me saboteo a mí misma para ser infeliz y luego venir a quejarme. No quiero quejarme por unas dos semanas.

Nos leeemos luego.
🌻

domingo, 1 de septiembre de 2019

El renacido. ¡RAWR!










Ahora sí puedo hablar de mi gato. Nunca en la vida había tenido gatos. Siempre había adoptado perritos criollos: (2) hermanitas Gaia y Sol que viven en mi finca y Mostaza -mi diosa- y luego a Coquito, un perro rebelde, al principio algo arisco y traicionero pero demasiado amoroso (ladrón profesional de medias). No me animaba a los gatos porque no los comprendía. Me parecían esquivos e ingratos, pero eso decían solo las malas lenguas. Aquí va la historia de Lucky Lucrecio:

En el conjunto donde vivimos había una gata. Había cavado cerca a un transformador eléctrico y ahí amamantaba a sus gatitos. Un día, al salir al trabajo, vi un cadáver de un gato negro. Iba tarde y en moto, de manera que no paré para sepultarlo pero me rompió el corazón. Unas semanas después alguien escuchó a los gatitos llorar. Eran 3. Llevaban muchos días sin comer, una ya había muerto y se la  habían comido los ratones, otro -mi Lucky- estaba a punto de morir, no respiraba ya y también estaba mordido por las ratas. Una vecina le dio calor y lo reanimó. Lucky revivió. Una chica de nuestro edificio los tuvo -a los 2 que sobrevivieron- los llevó a la veterinaria y empezó a buscar adoptantes. Un día llegaba de la biblioteca cuando vi una bolita de pelo negra que corrió hacia mí y trepó por mi pierna. Me enteré de su historia y quise adoptarlo, pero mis 4 perros tienen gustos  exquisitos -sobre todo Mostaza y Coco que solo comen comida premium-, entonces racionalmente me  negué. Le dije a Miguel y tampoco estaba convencido. Una semana después nos lo encontramos tomando el sol abajo en el edificio: Miguel se enamoró del negro. Pude ver en sus ojos  que ya había decidido adoptarlo pero no dijo nada. A los dos días llegué y lo vi haciendo cuentas y cuadros  de excel: era oficial. Había hecho los cálculos de gastos iniciales (arenera, comedero, arena, comida). Asumió los gastos y lo adoptamos.
El nombre no fue difícil. La historia ya decía mucho de su buena fortuna y, aunque pensamos en ponerle Milagro, no era lo suficientemente fuerte -además, perdía su encanto por la alusión a lo religioso-. Recordé entonces un cuento que escribí para un Taller Distrital de Escrituras Creativas, de la  relación de un niño epiléptico con un becerro que le regalaron al nacer -Luki-, el becerro se golpeaba contra la cerca cada que iba a venirle un ataque al niño: el vínculo era tan fuerte que podía anticipar las crisis epilépticas. Le puse Luki en el cuento porque a ellos, en el campo, les llegó a oídas que eso significaba suerte; el becerro era suertudo porque sobrevivió sin la leche de su mamá, pues a la vaca le dio mastitis y nunca pudo amamantar. En fin, le conté la historia a Miguel y coincidimos en que era perfecto para la negrura que recién llegaba.

En este preciso instante Lucky juega con mis pies, me muerde y rasguña si piedad. Puedo quererlo mucho pero hay que aceptar que es cruel y caprichoso: creo que lo sacó de mí.










jueves, 22 de agosto de 2019

Sin título *Retazos*

Hoy no tengo un tema específico de qué hablarles. Lo cierto es que prometí hablar de mi gato el domingo pasado, pero estoy en crisis. Él sigue siendo un adorable misterio y un modelo perfecto para las fotografías que mostraré luego.



via GIFER

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Hoy no hay foto: solo palabras que acumulo y quiero desparramar. Hace rato no escribo. Últimamente solo pienso en argumentos para mis ensayos, debato mis propias teorías y me enfrasco tanto en los temas que no salgo de ahí. He pedido como 40 libros en las últimas dos semanas -la mayoría de otras ciudades porque en Bogotá nunca hay nada-. Tengo una tos que no me para desde que volví de viaje, poco apetito y mucho sueño todo el tiempo. Fui al médico y me aplicaron una inyección en una nalga -ese día tenía puesta una tanga de encaje que pude lucir en la ocasión-. Volví a escuchar Alabama Shakes después de mucho pero ya sin tanta nostalgia. Mi gato me tiene todo el cuerpo rasguñado. Un celador me acosa en mi trabajo y pone en duda que yo pueda manejar una moto. Una pandilla ha intentado robarme varias veces en el parque. Debo volver al gimnasio.
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Ayer cumplí 24 años y me invitaron a comer sushi -vegano, por supuesto-. La vida es una lista de cosas absurdas que se dividen por asteriscos. La vida es eso que pasa mientras le debes plata a alguien y estás en la mala. La vida es eso que pasa mientras dudas si irte de intercambio o no. La vida es eso que pasa mientras piensas en ligarte las trompas. La vida es eso que pasa mientras todos usan un hashtag de #PrayforAmazonia y siguen comiendo carne. La vida es eso que pasa mientras tienes tu bici en la casa de alguien a quien no quieres volver a ver. La vida es un meme de gatos. Un contacto que todavía no me atrevo a eliminar de mi celular. Una llamada que me hace un ex-cuento para desearme feliz cumpleaños el día que no es -el mismo que tiene mi bici-. Una deuda de administración. Más tos. Trabajos represados. Otra vez tos.
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Caigo en la cuenta de que tengo la edad que ponía cuando preguntaban en los juegos de infancia: ¿a qué edad te vas a casar? Porque sí, las niñas jugamos a eso desde muy pequeñas -que barbaridad- y pensamos si nuestro hijo va a ser niño o niña y, para comprobarlo, las amigas le aprietan a una la barbilla -si sale una rayita en la mitad es que es niña y si no, no-. Me río. Caigo en la cuenta de que ya casi me gradúo y tengo pánico. De que me faltan lecturas por hacer. De que no he terminado de leer a Rosseau ni a Alberto Manguel. De que cuando doy mi opinión en clase siempre destruyo el autoestima de alguien. De que cada vez son menos los saludos y deseos de feliz cumpleaños. De que un ex quiere regresar conmigo pero no se acordó de la fecha. De que debo investigar  más sobre mis obsesiones. De que ya hay que cambiarle la arena al gato.
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Me preocupan muchas cosas. Me preocupa quedar embarazada de nuevo y que todo se vuelva a ir a la mierda. Me preocupa una fecha límite para un proyecto. Me preocupa que cada vez me leen menos en el blog -porque últimamente no pongo fotos desnuda-. Me preocupa que mi novio tenga diabetes. Me preocupa que mi gato no deje de rasguñarme nunca. Me preocupa que no he sacado la basura. Que no he terminado de leer un cómic de filosofía para mañana. Que no he terminado de sacar argumentos para un ejercicio en clase. Que el tiempo pasa y las deudas crecen. Que un sigilo que probé no funcione. Que no se me quite la tos. Que el planeta se siga yendo a la  mierda. Que mientras yo rescato perro y gatos y me abstengo de tener hijos, otros explotan vaquitas y cerdos y pollos y se reproducen como conejos -pero contaminan más que los conejos-.
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En momentos así lo único que me reconforta son cuatro cosas:
1.  Saber que ya casi se estrena la  película de Steven Universe
2. Ver mi película favorita de todos los tiempos: ¿Quién engañó a Roger Rabbit?
3. Estar 24 años más cerca de morir y estar en la paz de la nada.
4. Contar con el increíble amor de Miguel♡.




jueves, 15 de agosto de 2019

Viajar es:

































Viajar es mover tu interruptor a una función desconocida. No es arriba ni abajo, on u off. Es no saber que esperar y buscar como loco una sensación que no conoces pero tienes la extraña certeza de que se sentirá bien. Bien porque estás lejos de casa, bien porque puedes decir y exhibir en tus redes que no estás en casa, bien porque mientras todos trabajan tu estás ahí, disfrutando de un lugar que trae cosas incómodas -esas las minimizas- y muchas otras -en esas exageras la cuantía y exacerbas la sensación- G R A N D I O S A S.
Lo cierto es que viajar es un vestido de flores que con el viento de Cartagena deja ver toda tu entrepierna. Viajar es la mirada de turcos, italianos y españoles en busca de latinas, venezolanas y cartageneras prostituyéndose en el centro histórico. Viajar es un "cuidado que está peligroso, estamos sin alcalde, sin nada". La mirada disimulada de un gringo y las propinas cobradas por derecha. Viajar es tomarse una Kola Román a pleno medio día en Barranquilla mientras ves familias venezolanas hacinándose y pidiendo dinero. Viajar es la carretera San Marino de Guatavita, las casas inclinadas, las chimeneas, los faroles de colores para embellecer fachadas y la opulencia cundinamarquesa. Ver la represa de Tominé en primera fila, estrenar la habitación más costosa de un hotel, recibir alojamiento y comida gratis a cambio de unas fotos. Viajar es un viaje largo con curvas estrechas en moto, una parada técnica en La Calera, el frío, la lluvia; una arepa y un caldo. Viajar es un airbnb apartado hace muchos meses, viajes cortos en avión y uno más corto en bus. Es ir de la mano con tu pareja mientras el sol y la sombra: un Rembrandt. Viajar es tu pareja cocinando desnudo, el calor, la intimidad, Torices y la playa de Marbella. Un tinto para quitar el calor, un pan con mermelada puesto en la nevera, un aire acondicionado que constipa y una sábana que nunca se usó.
Viajar son puertas, ladrillos de otras latitudes, fuerza de trabajo de otros, injusticias en todo lado, belleza en todo lado, la palabra 'progreso' en cada construcción que han hecho los Char. Viajar es dejar la mente en pausa por un momento, servir de modelo para la pareja, dejar la pena y atreverse a hacer, cena romántica en una fuente, regalos de cumpleaños por adelantado, fotografías, alimento para la memoria a largo plazo. Parece simple definir, parece simple la repetición, parece simple esta entrada, parecen simples muchas cosas...pero viajar con el alma no.

domingo, 4 de agosto de 2019

Acoso: *Flashbacks*


                                   *

Crecí entre mujeres. Como ya saben los que leen el blog o son cercanos, mi papá murió cuando tenía 6 y, aunque tengo un hermano mayor, mi mamá se mudó muchas veces con nosotras (mi hermana y yo) a otras ciudades, dejando a mi hermano solo en el último año del colegio y los primeros semestres de la universidad en Bogotá. Pasé mi infancia y pubertad solo con ellas dos. Las tres gitanas. Si hablo de acoso, hablo de mi hermana y de mi mamá. Experiencias que sufrí y presencié de primera mano.
Digamos que tenemos una buena genética en cuanto a tetas se refiere y, a medida que mi hermana crecía, se iban notando cada vez más. Siendo pequeña a menudo veía cómo los hombres se quedaban observándola, le hacían gestos, le decían cosas. Caminar con mi hermana por el centro o por los barrios de las ciudades en que vivimos era difícil. No me gustaba cómo la miraban, ni el tono en que  le decían cosas, así como tampoco me gustaba que usara escotes -la juzgaba por provocarlos-. Era incomodísimo. Esas sensaciones fueron creciendo en mí año tras año y, sabiendo que se acercaba mi menstruación -porque llevaban charlas de Kotex y Nosotras a los colegios en los que estudié- sentía pánico. No quería tetas grandes. No quería que me miraran. En lo posible pasar desapercibida hubiera sido lo mejor. Me obsesionaba no heredar tetas grandes. En verdad me aterraba. Cuando miraban las de mi hermana sentía terror. A los 10 empecé a notar que me crecían, mi mamá empezó a comprarme acostumbradores y, para cuando menstrué a los 12, en séptimo grado, mis tetas ya prometían ser grandes y yo quería morirme. Me jorobaba y me ponía ropa ancha para ocultar. A mi hermana la molestaban más con los años, yo no sabía nada sobre el acoso, pero mi mamá a veces se aterrorizaba por la palabra 'violación'.


*

La primera vez que fui acosada fue a los 10. Estaba de viaje en Yopal -antes de irme a vivir allá-, íbamos caminando a unas cuadras de la casa de mi tía. Apenas había oscurecido y con mi prima -que también se llama Ximena- salimos a comprar un dulce, creo. Yo, rola, acostumbrada al frío, iba con una falda de jean, una camisa fucsia cuello bandeja y unas chanclas. (Lo increíble es que una cree necesario relatar cómo iba vestida, como si de manera inconsciente una creyera que realmente influye e incluso puede ser el detonante). En fin, pasaron unos chicos en bicicleta, algo mayores que nosotras -quizá 15-16- y uno de ellos me agarró una nalga. Mis ojos se exorbitaron y no pude ni articular palabra. Por entonces no sabía muchos insultos y solo atiné a decir: ¡Imbécil!, seguramente algo que leí alguna vez e intuía como una grosería. Ximena y yo nos  miramos, entre el susto y la risa, y ambas  optamos -para aliviar la tensión- por la risa. Llegamos a casa. Ninguna comentó nada. Cenamos y seguimos jugando. Ahora mi sobrina tiene esa misma edad. Ya he visto como la miran.


*

Cuando vivimos en Sogamoso los niños del salón me prestaban mucha atención. Era la novedad, llegaba de la capital y, aparentemente, les parecía linda. Empecé a acostumbrarme a los detalles que tenían conmigo: Rafael, hijo de la señora de la dulcería, me dejaba chocolates y frunas en el puesto todos los días, Miguel y Jonathan -ahora que lo pienso siempre me han perseguido esos nombres- me molestaban quitándome los esferos, la cartuchera o en esas agarradas de cintura que tanto me asustaban mientras ellos echaban a correr; y Juan David, ay, Juan David, un día me regaló varios billetes de 10 dólares, una tarjeta de crédito de su papá y unos cuantos centavos a cambio de ser su novia. Le dije que lo pensaría y me fui a casa con moneda extranjera y tarjeta de crédito. Mi mamá me regañó, no supo explicarme el porqué estaba mal (más allá de decir que todo eso debía ser del papá de él).
Cuando vivimos en Yopal también fui novedad. Un chico, Daniel, me dedicaba canciones guitarra en mano, el hijo de la señora de la  miscelánea de la esquina, Camilo, me regalaba peluches y Sergio -ese nombre también me persigue- me regaló un discman y unos CD'S cuando supo que me devolvía a Sogamoso. Llegué a la casa con el mejor regalo que me habían hecho nunca -mi sueño era ser cantante, amaba la música-, mi mamá me hizo devolverlo, me castigó y no entendí muy bien porqué.
Qué iba a saber yo que desde ahí querían sobornarme o comprarme. Que estaba tan claro -hasta en un juego de niños- que éramos algo por lo cuál podían pagar.


***

Revisando bien en mi memoria aún faltan muchísimos más flashback sobre el acoso. Me imagino que a todas las mujeres nos pasa igual. Haré una segunda entrada sobre el tema el próximo domingo. Todavía hay que dar lucha. Qué asco de sociedad.

jueves, 1 de agosto de 2019

Videojuegos, mi hermano & mi ex

Rá, el dios egipcio favorito de mi hermano 

Empiezo. Mi hermano es un tipo difícil de descifrar -o era, hace más de tres años que no lo veo, ahora vive en Tailandia con su novia-, éramos quizá tan parecidos -incluso ambos nacimos en agosto- que nos costaba mantener una relación demasiado estrecha. Para mí la cosa estaba clara: lo quería, lo admiraba desde la periferia -es un hombre brillante, economista, con mucho conocimiento de historia- y era muy chistoso (aunque a veces hiriente). Desde que era pequeña compartimos un vínculo: los videojuegos. Con él aprendí a jugar Bomberman, Age of Empires (I, II, Mythology, Titans), Need For Speed, Sims 3 (hahá), Dofus y, cuando ya tuvo una consola, Assasins Creed, Forza y FIFA. Nos reuníamos para jugar y, en ese lenguaje complejo de hermanos, nos expresábamos el cariño haciéndonos bullying en el juego. Nunca tocábamos temas personales, limitábamos la conversación a comentarios sobre la trama del juego, la táctica y cualquier descubrimiento o hallazgo. Era nuestra forma de decirnos: 'Oiga, usted me importa, lo/la quiero, juguemos, compartamos'.
Mis hermanos y yo siempre nos hemos tratado de usted. No hay cabida para el desbordamiento de afecto ni el tuteo, para preguntas demasiado íntimas y/o profundas. ¿No es así toda relación de hermanos?
Antes de que se fuera a Australia y, más tarde, a Tailandia, le presenté LoL (League of Legends), comenzamos a jugarlo y, por primera vez, yo tenía más habilidad en un juego que él. Con mi ex novio íbamos a campeonatos y convenciones de LoL y juntos le enseñábamos a mi hermano. Al poco tiempo renunció a su trabajo por el viaje que se avecinaba y tuvo todo el tiempo para jugar y compartir conmigo y mi ex. Nos desvelábamos los tres con la consola, además, por ese entonces yo trabajaba en una videotienda y debía probar juegos nuevos de xbox, play y wii, de modo que era casi un deber -en el que ellos 'en sacrificio' me acompañaban-.
Mi relación con Sergio comenzó a desmoronarse y al poco tiempo mi hermano se fue del país. Sergio se convirtió en mi ex y aun así ambos fuimos a despedirlo al aeropuerto: ellos ya eran tan cercanos que incluso me hacían sentir excluida y algo celosa, debo admitir. No hay cosa que extrañe más de esa relación. Esa sensación de hermandad y confianza, es inigualable. Pero todo pasa.
Hace unos meses retomé LoL y, entre las cosas maravillosas que me ha dado la vida, tengo la fortuna de jugarlo con Miguel, mi pareja actual. Es una forma de relajarnos. Ambos somos buenos, nos gusta y compartimos la afición cada que tenemos tiempo y/o mucho estrés. A mi hermano lo sigo extrañando pero jugando videojuegos, escuchando power ballads y leyendo sobre historia puedo sentirlo cerquita.

Y a ustedes, ¿que videojuego los transporta?, ¿los desestresa?, ¿los hace recordar a alguien especial?

PD1: Este post está patrocinado por Rá
PD2: Hermano, si lee esto, no lo quiero. Me cae mal. Muy mal. Ah, y ya casi cumplimos años.
PD3: Ex, si lees esto, claro, a veces extraño mucho esas madrugadas de partidas y xbox. El cariño no se disuelve.
PD4: Novio, si lees esto, tú sabes todo sobre mí. Extrañar algo no significa que lo nuestro no sea maravilloso e increíble. Love u.

domingo, 28 de julio de 2019

Hundirse con estilo




Me gusta grabarme.
El canto me ha apasionado desde muy pequeña y siempre he estado en diferentes grupos musicales. Tan solo ahora, en esta parte de mi vida, ha estado más o menos abandonado. Hace mucho que no voy a clases de técnica vocal. Mis ensayos se reducen a las canciones que puedo recordar mientras lavo la loza o hago tareas cotidianísimas, y, contrario al cliché, no suelo hacerlo en la ducha. Tengo miedo de que el talento nato no baste y no desarrolle el potencial que hay en mi voz... Pronto comenzaré clases de nuevo y espero pulir todo lo que me falta.
Hace tiempo, en mis años mozos, pertenecí a una orquesta de salsa: era corista. Mis tardes las pasaba entre instrumentos y notas, coreografiando, afinando; preparando el show. Pasé mis mejores años en esos ensayos. Llegaba tarde a casa feliz de estar haciendo lo que me gustaba y, además, con el plus de evadir la situación tensa que se vivía en mi familia. Y es que eso significa para mí la música: evasión, refugio. Distracción.
En cada situación adversa, en cada época triste, la  música ha sido un aliciente, una forma de ver que si la vida es una mierda -o más bien, si el guionista de mi vida apesta- al menos puede tener una buenísima banda sonora y una playlist para hundirse con estilo.

Les dejo un video tímido de una canción que me obsesionó cuando estuve muy muy enferma, recién el aborto y los conflictos que la decisión desembocó. Corto pero como muestra -y en parte prueba técnica con blogger- de que este blog puede ser transmedia y esas cosas de moda. (Risas)


jueves, 25 de julio de 2019

Adoración/obsesión: SU


Escribo esta entrada mientras juego con mi gato -porque sí, adopté uno hace dos días- y, resistiéndome a hablar sobre la llegada de Lucky, hoy hablaré sobre Steven Universe, aprovechando el tema coyuntural: el anuncio de estreno de su película.
A ver, vamos por partes. Mi gato ahora está en la arenera y puedo escribir con mayor fluidez. Steven Universe, para los que ignoran tal obra de arte, es un programa de tv, de dibujitos animados, creado por Rebecca Sugar y transmitido en Cartoon Network. Digo que es una obra de arte porque lo amerita. No es por exagerar. La historia, las temáticas que aborda (orfandad, amistad, resiliencia, bondad, no-violencia, respeto a la diferencia -queer-, entre muchísimos otros), la gama tonal que maneja -es una delicia visual-, la caracterización maestra de personajes y la lista continúa... podría continuar toda la noche.
Mi gato volvió y debo apresurar la entrada. Cuando estudié Artes Plásticas en la Academia de Artes Guerrero -además de ver Historia del arte y vivir feliz en una academia que hacía un elogio al color turquesa- vi clases de dibujo y acuarela. Fue una época solitaria y tenía muchos problemas de dinero, pero invertí lo poco que tenía en mis pinceles, mi libro de dibujo y mis lápices. La primera sesión de dibujo extensa fue de Steven y León, porque amé y me obsesioné con el encuentro con la serie, porque pude ver hacia dentro con cada episodio y además encontré un tema de charla con muchos de los niños que iban a la biblioteca (¡no podían creer que un adulto lo viera!). Lo bello de SU es precisamente eso: extiende un lazo con las emociones de quien lo ve, no es un programa infantil, y lo infantil no es inmaduro ni carece de profundidad, no debe ser subestimado porque es poderosísimo, pero ese es otro tema. No soy una gran artista con el lápiz pero me enorgulleció dejar bien plantados a mis personajes favoritos. Más tarde, cuando tuve algo más de dinero, compré la figura coleccionable de león por amazon y hasta hoy es de mis mejores adquisiciones.
Para cerrar, -mi gato está a punto de dormirse- pronto iré a ver la película con mi amor que, aunque no comparte gran afición por Steven y las gemas, ha sabido entender lo que significa para mi vida mientras observa mi faceta tierna y analítica desde el otro lado de la cama. Además de sorprenderse por el gran parecido que hay entre Connie y yo.
Dejo dos imágenes ilustrativas que no son de mi autoría: un gif de Connie para corroborar el supuesto parecido y una foto del episodio en que Steven adopta un gatito -la segunda como anticipo a la entrada del domingo-.


Linda noche. Miau.

domingo, 21 de julio de 2019

Independencia// Volumen 2: 'El hogar'



Hoy me siento a escribir de nuevo. A recordar y a sorprenderme de cómo ha pasado el tiempo desde que me independicé. Bueno, hay que comenzar por un dato: mi mamá y yo siempre hemos sido opuestas. No nos soportamos por mucho tiempo y nos la llevamos mejor cuando estamos lejos o cuando nos acercamos solo por el tiempo preciso. Bueno, desde mi adolescencia e incluso antes hubo roces. Pequeñas y grandes discusiones que hacían la convivencia muy muy tensa y que hacían mi pubertad aún más difícil: sin padre y con una madre con quién no lograba entenderme. Era raro. Mi mamá era muy laxa en muchas cosas: hablaba de sexo tranquilamente, me acompañó a perforarme por primera vez (en la ceja) y me dejaba salir hasta muy tarde en la noche y/o quedarme en casa de amigos; sin embargo, no podíamos encajar. Ella hacía esfuerzos, yo hacía los míos... En fin. No funcionó. Por eso no fue sorpresa cuando me independicé a los 16. Recién salía del colegio cuando un golpe de suerte -un privilegio del que a veces me siento culpable- me dió el dinero suficiente para comprar mi propio apartamento -se lo debo enteramente a mi papá, quién nunca dejó de cuidarme, aún después de fallecer- y ahí empezó todo.
No parecía tan difícil. No debía pagar arriendo, mi universidad estaba paga y cubierta por la pensión que me dejó mi papá al morir y yo podía buscar la manera de mantenerme vendiendo cosas por catálogo, sánduches o cigarrillos en la universidad y, bueno, palabras más, palabras menos, me fui a vivir sola. En principio, mi hermano mayor se mudó conmigo -claro, después de pedirme permiso incómodamente pues los papeles se habían invertido y ahora yo parecía la mayor- y cada uno con un colchón y una mesita, nos mudamos al quinto piso en el 2012.
Han pasado muchas cosas desde ahí. Principalmente, a nivel de roomates, mi hermano se fue a Australia y viví sola unos buenos años, hasta hace un año mi pareja vino a vivir aquí y nos la llevamos muy bien. Claro, no hacemos fiestas como solíamos hacerlo con mi hermano ni tampoco pasamos hambre como en esos años. A nivel de supervivencia, mi dieta ha mejorado: no morí de inanición como podía pronosticarse y no solo tomo jugo del valle con pan o galletas o arroz quemado como en los primeros años; a nivel mobiliario ha sido todo un logro tener un escritorio, una silla, una cama grande de webcamer -no un colchón viejo tirado en el suelo- y en general, esa colección linda de cosas turquesa que contaba en una de mis primeras entradas en el blog. Tengo una biblioteca, una lavadora, una nevera y esas cosas de adulto por las que uno se alegra. Es curioso, no lo niego, contar la vida en objetos pero así funciona. Cada una de esas cositas -incluso la picatodo y el set de ollas  que me regaló cy°zone- llena el apartamento y hace parte de una colección personal profunda, una sensación de que, objeto a objeto, maricadita a maricadita, se logra algo y hay que celebrar. Ah, y claro, tengo un fogón favorito de la estufa: adelante a la derecha. Un molinillo también turquesa y unos frascos de vidrio que colecciono para guardar la canela, los clavos y el orégano. Pago recibos como la mortal que soy y una administración carísima que no sirve de nada y me alegra cuando compro una nueva plantita para el apartamento o el evento reciente de aumentar las megas de internet; en definitiva ya soy toda una adulta aburrida -¿o consumista?-, pero me independicé, no morí en el intento y ahora escribo desde mi lugar sagrado: el altar que le tengo a mis perros y mi colección de muñequitos de Hora de Aventura y Steven Universe. Eso sí, por muy adulta e independiente, nunca dejaré de ver dibujitos animados. La vida es de contrastes.

sábado, 20 de julio de 2019

Independencia // Volumen 1: 'La Negra'

Hoy se celebra la independencia. Ajá, pero la patria es una gran mentira: un constructo que está muy bien instalado sobre todas las justificaciones a las cosas más horribles (xenofobia, guerra, racismo, capitalismo,etc). Por esto, la única independencia que me interesa y atañe es la mía. Uno, cuando me independicé de mi familia -que también es otra mentira y un constructo basado en la consanguinidad y no en la afinidad o el mínimo de respeto- y dos, cuando obtuve otra libertad/independencia: viajar, conocer y escapar por el territorio de lo que consideramos "nuestra" nación y hoy muchos celebran con la camiseta de la selección o una bandera en sus ventanas.

Quiero hablar de la segunda, como ya se habrán imaginado por la fotografía. Y sí, a pesar de que esta libertad/independencia está basada en un privilegio, es de las inversiones -en medio de lo voraz del capitalismo- que en verdad pueden traer cosas muy bellas para uno. Compré mi moto hace un año largo y todavía no puedo terminar de agradecerle a 'La Negra' -así le llamo de cariño- el haberme llevado sana y salva a tantos destinos, a tantos lugares, ver tantos atardeceres, perecer tantas lluvias torrenciales y sobre todo permitirme el escape tan necesario de la ciudad, de los otros: hasta de mí misma.

Cada que viajo, cada que escucho rugir a La Negra, cada que no pago peaje y me ahorro dinero, cada que paso por una troncal de transmilenio y veo de lejos esas caras insatisfechas -y con mucha razón- de ese sistema de transporte, e incluso, cada que me caigo -porque hay caídas, y dolorosas-; sé que ha sido de las mejores decisiones que he tomado.
No voy a dejar de amar infinitamente cada segundo en el que estoy sentada ahí. Creo que es lo más cercano al budismo zen que hay: por un instante no existe nada más, estoy en el presente, no ansío llegar, no miro hacia atrás, solo soy consciente del sonido de mi negra, de mi respiración y de la suerte de recorrer otra pista juntas.

domingo, 14 de julio de 2019

Topofilia: Barco & Arango

Terraza Arango
Cafetería Barco









Topofilia: Hacer el amor con los lugares, ¿o cómo era?









Me gusta ir a la Virgilio Barco y a la Luis Ángel Arango.
Para los que me leen desde otros países -ya  puedo decirlo con propiedad-, éstas son dos bibliotecas grandes en Bogotá, diría yo las más importantes. Seguido de la aclaración, debo hacer otra: estudio Creación Literaria y soy promotora de lectura, trabajo en un espacio no convencional, algo así como una biblioteca en un parque de la ciudad; por ello tienen tanto significado para mí estos lugares. Ya ven, paso aquí muchas horas semanales de mi vida, he pasado malos ratos, encuentros conmigo misma, lecturas tristes, lecturas que no creí hallar, lecturas que me revelaron cosas profundas, lecturas que me hicieron evadir mi entorno y lograron transportarme a un lugar sin tanto drama -en mi vida suele haber mucho drama-. En fin. En estos dos lugares me he construido y, hablando de construcción, debo decir que tienen una arquitectura especial, encuentros peculiares con la luz, escaleras sinuosas, algunas en forma de espiral, ventanas circulares, uff, y esa terraza (Arango) que deja ver el centro con su prisa, esa Bogotá inclemente pero bella. Barco & Arango, sobre todo, a mi juicio, logran construir una atmósfera de pausa, una estadía atemporal, imprescindible para los días y la vida agitados. He tomado muchas fotografías en estos sitios. También me he encontrado con muchas personas y arcoiris allí, encuentros que no solo me llenan de asombro visual y emotivo sino que van creando una colección de momentos remarcables -con la etiqueta de 'demasiado increíbles' en el almita y en la galería de mi celular-.
Bueno, quería compartir esto. Mañana iré de nuevo a la Virgilio y sé que me espera otra experiencia significativa. Un lunes más que admiro y descubro a LaCuatro que puedo ser bajo y con esos muros.

jueves, 11 de julio de 2019

Lunares, vetos y sugar daddy.








Tengo un lunar justo al lado de la boca











 uno en medio del pezón izquierdo












                                                      y uno rozando el clítoris

Me gusta posar desnuda para mí. Naturalizar el cuerpo porque no sé a quién se le ocurrió el disparate de satanizar el desnudo, la carne, la piel. No sé si vayan a quitar mis fotografías. Tantos vetos que ya me han dado en redes sociales. Las mujeres no pueden mostrar pezones o curvas o vaginas, las mujeres no pueden ser mujeres en público. Solo si es porno. Solo si beneficia a los grandes de las industrias. Muchas personas, lo sé -sin creerme el ombligo del mundo- me critican. Dicen. Hablan. Murmuran o scrollean rápido para no encontrarme en instagram. Creen que soy puta, me vendo, que tengo un sugar daddy, que me publicito por unos likes. Nah. Nada más alejado de la realidad. Yo soy mi propio sugar daddy. Que si me gusta hacer webcam, sí. Que si en eso me gano un dinero, sí. Que si me alimenta el ego los likes, no. Que si me gusta exhibirme, no, no en esos términos: me gusta ser y mostrar lo que soy en mis redes porque tengo el control y puedo hacerlo, y si a alguien le gusta en el proceso, bien, si a alguien no, bueno. No me amargo. No vivo solo para esto. Escribo, hago fotografias -no todas sexuales-, estudio, leo, hago promoción de lectura, ayudo con las tareas a niños, les leo, los escucho, hablo con ancianos -les presto atención de verdad-, canto, aprendo de historia del arte, vuelvo a escribir. 
El dinero no me inquieta, los vetos no me inquietan, tener o no tener likes no me inquieta; tengo una vida acomodada, llena de privilegios de los que soy consciente pero no me quedo ahí. Mis comodidades las adquirí accidentalmente. Tengo lo que tengo por una tragedia que no le deseo a nadie: la muerte de mi papá a los 6. Este evento me dejó pensionada hasta los 25 y el resto lo he hecho por mi cuenta, con mi intelecto y, por intermedios, con mi cuerpo. ¿Y qué?
Hoy jueves de blog inconstante, quería mostrar mis lunares. Dar cuenta de la carne que habito y habitan otros. Me siento arte, me pintaron a mano y con especial atención en los detalles. Una constelación que se extiende por mi dermis. 
Y ustedes, ¿qué constelaciones tienen?