domingo, 1 de septiembre de 2019

El renacido. ¡RAWR!










Ahora sí puedo hablar de mi gato. Nunca en la vida había tenido gatos. Siempre había adoptado perritos criollos: (2) hermanitas Gaia y Sol que viven en mi finca y Mostaza -mi diosa- y luego a Coquito, un perro rebelde, al principio algo arisco y traicionero pero demasiado amoroso (ladrón profesional de medias). No me animaba a los gatos porque no los comprendía. Me parecían esquivos e ingratos, pero eso decían solo las malas lenguas. Aquí va la historia de Lucky Lucrecio:

En el conjunto donde vivimos había una gata. Había cavado cerca a un transformador eléctrico y ahí amamantaba a sus gatitos. Un día, al salir al trabajo, vi un cadáver de un gato negro. Iba tarde y en moto, de manera que no paré para sepultarlo pero me rompió el corazón. Unas semanas después alguien escuchó a los gatitos llorar. Eran 3. Llevaban muchos días sin comer, una ya había muerto y se la  habían comido los ratones, otro -mi Lucky- estaba a punto de morir, no respiraba ya y también estaba mordido por las ratas. Una vecina le dio calor y lo reanimó. Lucky revivió. Una chica de nuestro edificio los tuvo -a los 2 que sobrevivieron- los llevó a la veterinaria y empezó a buscar adoptantes. Un día llegaba de la biblioteca cuando vi una bolita de pelo negra que corrió hacia mí y trepó por mi pierna. Me enteré de su historia y quise adoptarlo, pero mis 4 perros tienen gustos  exquisitos -sobre todo Mostaza y Coco que solo comen comida premium-, entonces racionalmente me  negué. Le dije a Miguel y tampoco estaba convencido. Una semana después nos lo encontramos tomando el sol abajo en el edificio: Miguel se enamoró del negro. Pude ver en sus ojos  que ya había decidido adoptarlo pero no dijo nada. A los dos días llegué y lo vi haciendo cuentas y cuadros  de excel: era oficial. Había hecho los cálculos de gastos iniciales (arenera, comedero, arena, comida). Asumió los gastos y lo adoptamos.
El nombre no fue difícil. La historia ya decía mucho de su buena fortuna y, aunque pensamos en ponerle Milagro, no era lo suficientemente fuerte -además, perdía su encanto por la alusión a lo religioso-. Recordé entonces un cuento que escribí para un Taller Distrital de Escrituras Creativas, de la  relación de un niño epiléptico con un becerro que le regalaron al nacer -Luki-, el becerro se golpeaba contra la cerca cada que iba a venirle un ataque al niño: el vínculo era tan fuerte que podía anticipar las crisis epilépticas. Le puse Luki en el cuento porque a ellos, en el campo, les llegó a oídas que eso significaba suerte; el becerro era suertudo porque sobrevivió sin la leche de su mamá, pues a la vaca le dio mastitis y nunca pudo amamantar. En fin, le conté la historia a Miguel y coincidimos en que era perfecto para la negrura que recién llegaba.

En este preciso instante Lucky juega con mis pies, me muerde y rasguña si piedad. Puedo quererlo mucho pero hay que aceptar que es cruel y caprichoso: creo que lo sacó de mí.










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