lunes, 24 de junio de 2019

Semillita de fe Mostaza

Le debo mi vida a esta perra. Mis mejores días han transcurrido desde que llegó un 7 de velitas a mi vida. Los que me conocen saben de mi devoción por Mostaza. Saben lo mucho que batallé desde que la encontré cuando trabajaba en Engativá Pueblo y era una cachorrita de un mes o menos, a quién abandonaron con una pañoleta por una hernia umbilical. No sé cómo pero ella me eligió. Yo salía tarde de la P y fui al CAI a firmar mis horas de trabajo como siempre cuando los policías notaron que una cachorrita me seguía. Me preguntaron ¿Es suya? y yo volteé sin saber de qué me hablaban. Mírela, tan bonita, ¿es  suya? La viene persiguiendo desde la Plaza. Cuando volví la mirada me encontré con una cosita hermosa, una ratita chiquita de la que colgaba una pañoleta rosa. Empecé a buscar a quién se le  había perdido pues se notaba la raza y el pelo estaba brillante -además que el hecho de tener pañoleta indicaba algo- y me quedé en la plaza un buen rato hasta que anocheció sin dar con su dueño. En un momento -algo desilusionada- me senté en las escalinatas y ella saltó sobre mis piernas, se acurrucó, se hizo bolita y se durmió. ¡Se durmió! ¿Ah?, qué descaro, qué ternura, qué perra tan preciosa. Yo ya sospechaba que la iba a llevar a casa, pero me resistí durante un tiempo -por esa época mi mamá había vuelto de La Vega, había llegado a vivir de nuevo en mi apartamento y era asmática-, hasta que la vi ahí sobre mis piernas y comencé a acariciarla y descubrí el bultico en su barriga. Era una hernia umbilical bastante pronunciada, una aglomeración de grasa que le daba sentido al porqué una perrita de raza y tan hermosa estaba abandonada en pleno diciembre. 
En fin, pasadas más de dos horas, los policías me daban frases como Eso es que es su regalo de navidad. ¿Si ve?, Se la mandaron con moño y todo, Llévesela y verá cómo esos animalitos son de agradecidos. Y me la llevé. Fue una travesía andar con ella en la bici, además de que me pinché y a fin de cuentas tuve que pagar un bus expreso para mi casa -no hay rutas directas desde Engativá Pueblo hasta Ciudadela, a pesar de ser relativamente cerca- y bueno, compré concentrado. Lo difícil aun no empezaba. Presentársela a mi mamá era lo difícil. Conseguí una cobijita y en una camita de cartón la acomodé, en todo el camino no orinó y cuando llegué le puse periódico y en seguida hizo. Era tan educada. Yo ya la amaba. Mi mamá la vio y le dio tanta ternura que no pudo protestar. Se preocupó por su hernia y me recomendó buscarle un hogar. Yo emprendí la tarea falsamente y me la quedé. El nombre lo decidí casi que el primer día, por su color y por esa canción bíblica que habla de tener fe como un granito de Mostaza: yo no creo en dios pero los animales me dan la certeza del bien y la bondad. Mi semillita me dio fe desde ese 7 de velitas del 2016 y desde entonces nunca he dudado de su luz. 
A los cuatro meses, después de llevarla al veterinario entre vacunas y controles, me dijeron que ya la podía operar. En abril del 2017, el mismo día, la operaron de la hernia y la esterilizaron. Mi perrita no iba a sufrir por tener perritos y su hernia no crecería con ella ni comprometería ningun órgano. Me costó un buen dinero, pero mi perra valía todo. Me acompañaba a diario a la P, los usuarios la conocían y le llevaban regalos y siempre estaba conmigo. Mi mamá decía no quererla, pero le alistaba comida, se alegraba con algun gesto y le dejaba encendido el televisor cuando se quedaba sola en casa. El día en que reafirmé su amor por la semillita fue cuando enfermó. La cara de Mostazs estaba hinchada, las orejas triplicaron su tamaño y estaba roja rojísima, se rascaba mucho las orejas y los ojitos casi no se veían. Parecía un sharpey. Mi mamá se puso a llorar en seguida la vio y me prestó el dinero para llevarla de urgencias. Le aplicaron una inyección y dieron de diagnóstico un posible piquete de abeja. Luego eso derivó en una otitis y estuvo muy mal. Lloré muchísimo y mi mamá creo que más que yo. Luego Mos se recuperó y desde entonces siempre ha estado sana. Adoptarla me salvó y me sigue salvando de suicidarme tan pronto y me ha enseñado del amor más incondicional y hermoso que existe. Mis relaciones amorosas son un pasatiempo comparado con la contundencia del vínculo entre la Semillita y yo.

Adopten y amen a los animales. No se los traguen. 

P. D Las fotos de esta entrada corresponden al 2016 (izq) y 2018 (der), cuando se ponía en la ventana y me exigía sacarla - comprobando que ella era mi ama y no al revés-.

jueves, 20 de junio de 2019

Agüeros 2: Maticas o cómo regar el fastidio



Les presento a Yurani y Miguel. Los 
nombres de mis maticas corresponden a un ejercicio, un agüero, una superstición. Les contaré. Todo empieza con mi fastidio hacia la gente, fastidio que ha acrecentado de manera increíble los últimos años y cada vez se hace más notorio. No sé. La gente, sus ruidos, sus manías, ademanes, olores corporales, lenguaje no-verbal e inconsciente, tragedias y a menudo mala inteligencia emocional, me fastidian. Existir cerca del otro me genera un montón de ansiedad y mi Ximena interior odiosa no se hace esperar. Créanme que trato de amar a mi prójimo -no porque crea en dios sino porque al fin y al cabo viven batallas y retos muy difíciles cada día- pero no siempre lo logro. Se me va una mirada odiosa, una frase con ponzoña, un comentario aparentemente elitista o clasista o una palabra que -sumada a mi rostro y mi ceja arqueada y despectiva- puede destruir al que respira cerca a mí. En fin, comencé a ver el patrón y quise hacer algo al respecto. No podía mentirme, ser hipócrita y decir que iba a amar al prójimo -incluso a ese que dice 'nadien' o 'tatzi' o chismosea sobre otro o vota por Uribe-, no. Debía ser honesta pero hacer algo por solventar mi empatía (en últimas porque lo que doy a los demás es un reflejo de lo que estoy dispuesta a darme a mí y yo quiero darme cosas lindas); así que decidí empezar a regar plantitas por cada persona que me cayera demasiado mal o me hubiese herido. Empecé con Yurani, una chica del trabajo a quién odié cada minuto de capacitación, cada lunes y cada instante en que hacía una intervención con su habladito ensayado, pretendiendo ser de un estrato mayor, dejando escapar 'entoes' o palabras bruscas camufladas en su acento mal coreografiado de gomela. Sí. La analicé muchísimo. Decidí que la iba a regar de tanto fastidio y que si florecía le iba a ir bien a la Yurani real. Y sucedió. Renunció a biblored y ahora está en Brasil. No le he querido decir, pero indirectamente su triunfo es mío también -já, qué egolatra soy- y yo me siento mucho mejor desde que no llevo ese fastidio a cuestas. Odiar a la gente pesa y suficiente tengo con el gimnasio. 
Miguel el cactus fue algo más reciente, pero se basa en el mismo principio. A él no lo odio -es mi pareja- pero me ha causado daño directo e indirecto (como todos lo hacemos con todos) y por eso decidí regarlo. Al menos así transformo mis emociones negativas sin prohibirme sentirlas. Algo me dice que pronto tendré el apartamento lleno de maticas pero, eso sí, todos seremos felices y viajaremos con el odio que me sobra. 

T


                                TETAS





Las tetas son sinónimo de felicidad. A mí las mías acaban de darme un orgasmo, por eso posteo tan tarde. Y es que las tetas son goce. Insinuación, sonrisas, diez puntos en entrevistas de trabajo -sí, así sea machista- o un plus en calificación. Creo que me obsesionan. Creo también que con tetas se tiene contento a casi todo el mundo. En el principio fueron alimento para la mayoría de nosotros -tal vez no para ésos de paladar exquisito- y fueron ese lugar dónde sujetarnos para dormir, para calmarnos, para simplemente sentir cerca a un ser amado. Y es que están tan cerca al corazón... Se escuchan los latidos desde ahí - bueno, aunque depende que tanta grasa exista entre oído y miocardio-, desde ahí se siente la agitación de otra, de una que vive a centímetros de nosotros y nos habita con el retumbar de sus pulsaciones. ¿Si ven? Me ponen hasta poética. Las tetas dan alegría al verlas. Cómo se asoman coquetas, redondas, sonrientes, cómo invitan, se insinúan con pliegues, con geometría, con proporción áurea. En cambio, no sé, los culos no están entre mis afectos. Claro que invitan, claro que la redondez también llama, pero siempre están tan tapados, son más bien aburridos, predecibles y los que no, no lo sé, no dicen tanto como las tetas. Algunos son antipáticos, falsos, almohadillados (aunque claro, falsedad hay en la villa de las tetas también), y así los justifiquen, no les encuentro tanta gracia.
Siempre he visto porno lésbico. Mi búsqueda predilecta es de chicas tetonas -o busty, big tits, para los letrados en el idioma extranjero- y nunca me canso. ¿Seré la única? No lo sé. Solo sé que me declaro amante de las tetas, que las prefiero mil veces que un culo (que el culo se puede formar en gimnasio pero unas buenas tetas o son ADN o unos buenos millones) y que soy fan número uno de las mías y reconozco que aunque en el pasado fueron mucho más grandes -talla 40-, estas copa 36B aún siguen causando risas nerviosas, tropiezos por la calle o miradas fortuitas en una librería.

jueves, 13 de junio de 2019

Agüeros

Esta es una entrada rápida. Les quiero hablar sobre mis -nuestros, más bien- (de Miguel y míos) agüeros.
Todo comenzó en un momento de nuestras vidas en el que no teníamos tiempo de casi nada. A lo sumo cuarenta minutos al día para almorzar entre clases, trabajo -doble jornada- y nuestra reducida vida personal e intimidad. Muchas veces dejamos caer monedas, papeles y demás objetos al suelo -ustedes pensarán que exagero pero no- y nunca los recogíamos porque siempre siempre teníamos prisa. La casa, naturalmente, sufrió todas las terribles consecuencias. El polvo se acumulaba, la loza se formaba en altas torres -hasta que Miguel decidía sacar un tiempo para encargarse, pues yo odio lavar loza- y la suciedad se aglomeraba por el apartamento. Las monedas eran lo que más se veía por ahí. Empezamos a dejarlas en las esquinas para que no entorpecieran al caminar o andar descalzos, y poco a poco se acumularon en cada esquina de la casa. Desde la cocina, detrás de la nevera -¿cómo carajos?-, en el baño, unas muy cerca a la ducha -las de la foto- y en la habitación. Por montones. Las normalizamos y aceptamos que siempre iban a estar ahí, hasta que un día libre inesperado -haciendo el aseo que pedía a gritos la casa- hablamos por fin de ello.
Yo creo que podríamos convertirlo en nuestro propio agüero, le dije yo mientras vaciaba una bolsa de bicarbonato de sodio. He escuchado sobre ofrendas que hacen los creyentes a Elegua, de los Orishas. Le dejan chocolates y miel para que les abra los caminos y les de plata. Podríamos hacer lo mismo. Miguel se rió y se quedó pensando en lo curioso que sería practicar eso. Dijo algo que no recuerdo sobre la Santería y con una mueca unánime decidimos que sería nuestro nuevo y efectivo agüero para ser millonarios.
Luego vinieron las categorías. Al principio eran solo monedas de 50 y 100 pesos. Al pasar los días nos aventuramos con las de 200 y ya llegamos a las de 500. Las de 1.000 las hemos dejado para emergencias y para cualquier eventualidad -una quincena atrasada o una boda que no pagaron a tiempo-. Creo que nuestra devoción por la diosa imaginaria que nos hará millonarios -creo que ambos pensamos que se llama Mostaza, como nuestra perra- no llega hasta el punto de dejar monedas de tanto valor, pues a veces se acaba el papel o necesitamos crema dental. No somos tan extremos o fanáticos. En fin, tenemos otro agüero con las plantitas, pero en otra entrada les contaré.

Ahí les dejo. Un pequeño break de los temas dramáticos de las anteriores semanas, para que se rían y vean que la vida se compone de esos pequeños gestos -tontos, tal vez- pero llenos de significado bonito.

domingo, 9 de junio de 2019

Maternidad, sangre, mirones y Brisa

Sobre la maternidad dos cosas:
1. Sufrí mucho a causa de las madres. Creo, y se que me van a odiar, que son seres llenos de frustraciones. Muy pocas se sienten plenas en el ejercicio de su maternidad y, la mayoría -incluída mi mamá- sienten que los hijos son un lastre, que dan felicidad por ratos, una obligación, un ser en quien pueden vaciar sus tristezas y miedos más profundos.
2. Es un hecho que en el mundo líquido que hoy vivimos, un hijo es una responsabilidad que queda muy de pa'rriba. No hay tiempo, hay déficit de atención, todo debe ser inmediato, debo vivir una vida de lujos, apta para mostrar... y un hijo, ¿como encaja ahí? Además, claro, si nos vamos al otro extremo, donde muestro mi maternidad, caigo en vender a mi hijo, mercantilizarlo, utilizarlo por unos likes... Y, por otro lado, ¿no hay ya suficientes personas en este mundo? Todos generando dióxido de carbono, quitándole la posibilidad a un bebé que ya existe, que espera ser adoptado, ser cuidado, amado, cubierto en sus necesidades básicas.
Bueno, todo esto y más opino. Siempre he estado a favor del aborto aunque -se que por esto también me van a odiar- francamente paso del feminismo privilegiado y de smartphone (que muchas/os practican). Claro que yo también soy privilegiada y, en parte, por eso comparto esta entrada.
Aborté, dos veces. Lo he vivido. Sé que es juzgarte, que te juzguen, pero yo corrí con suerte y tuve dinero, privilegio que no tienen muchas. A ver, antes de que empiecen todos en plan existen los métodos anticonceptivos y blablabla, déjenme adelantarles que yo fui concebida mientras mi mamá planificaba (ya de entrada existe una carga fuerte a nivel de fertilidad) y sí, en ambos casos yo estaba planificando. La primera fue con mi primer primerísimo novio formal, de quién he hablado antes, Sergio. Nos tomó por sorpresa, yo tenía apenas 18 (?), estaba en 3er o 4to semestre de la universidad -entré muy pequeña- y no supimos qué hacer, o bueno, más bien yo estaba convencida de no tenerlo. Mi hermana fue madre adolescente y yo tuve que cuidar a mi sobrina durante mi adolescencia, también vi cómo su pareja no la apoyó y dejó a mi madre -que nada tenía que ver en la ecuación- a cargo de todo. Además de que yo perdí a mi mejor amiga y los chistes más geniales de mi hermana, pues de ahí en adelante se volvió amargada y yo solo la quería de vuelta. (Lágrimas). En realidad esto duele contarlo, todavía pienso que podría volver pero la maternidad le hizo algo horrible y creo que ya perdí la esperanza. Así pues, no quería repetir la historia. Convencida de mis derechos -aunque sin saber  que ya era legal- busqué un distribuidor ilegal de Cytotec en Bogotá y cuadramos una entrega en un centro comercial. Las recibimos, me explicó que por la edad gestacional (casi 3 meses), debía usar 2 pastillas intravaginales y 2 orales. Fue lo más claro posible y se fue. Ahora estabamos Sergio y yo. Luego, sola en mi apartamento, introduje las pastillas, tomé lo que debía tomar y era cuestión de esperar. Pude morir esa noche. Empecé a sentir unos retorcijones horribles, pero el hombre enfatizó que por nada debía levantarme. Lloraba muchísimo -con esa culpa inculcada del cristianismo- y no podía creer cómo tanto dolor podía caber en mi cuerpo. Pasó la noche larga y al día siguiente vi el pañal lleno de sangre: nunca había visto tanta sangre en mi vida. Siguiendo las instrucciones -con otro pañal y con el dolor encima- debía caminar para que terminara de expulsar el 'bebé'. Bueno, así pasó esa primera vez. Quedé con dolor durante una semana, intenté escribir textos sobre el tema pero eran demasiado dramáticos y mi relación se fue cada vez más a pique. A parte de que mi pareja -al ver que sin motivo yo recordaba el momento y lloraba de la nada- me gritaba y me decía que debía 'PASAR LA PÁGINA'. Tanto maltraté mi cuerpo y mi espíritu con esa decisión, pero prefería mil veces eso a ser mamá y culpar a un ser que nada tenía que ver. Así que para los que piensan que amamos abortar y por eso llenamos plazas, una  noticia obvia: duele, es peligroso y es nuestro cuerpo así que jódanse.

Mucho tiempo después, en mi relación actual, quedé en embarazo por una falla del DIU. En realidad yo creía que después de ese primer aborto ya era infértil, pero el guionista de mi vida, cruel y amante de los giros inesperados, decidió que no. Para el día de mi cumpleaños -21 de agosto- del 2018 me enteré del embarazo. Mi novio y yo llevábamos un tiempo viviendo juntos, a gusto, con respeto y mucho amor, así que no tendría por qué haber sido un gran inconveniente. Claro, si en realidad yo deseara ser madre. Él siempre me apoyó y estuvo para mí, yo me amargué naturalmente y poco a poco los síntomas me iban carcomiendo: no poder comer, sentir náuseas a cada rato, mareo, sentir fastidio -más del normal- y dolor en los senos. Cuando fuimos a la  primera ecografía nos dijeron que era un embarazo ectópico (fuera del útero) y no era viable, es decir: debía abortar o esperar un aborto espontáneo. De alguna u otra manera me sentí aliviada, aunque a mi novio la  noticia le golpeó muy duro. Le hacía ilusión. Así pues pasaron unas semanas y no sucedió nada, fuimos a otro control y nos dijeron algo totalmente distinto: bien ubicado en el útero, era 1 solo y estaba sano. ¿QUÉ? No lo podía creer. Yo ya le había contado la noticia a mi mamá y hermana, segurísima de que no era un embarazo viable y... ¿ahora? Bueno, empezaron los controles y aparte los éxamenes, las citas para talleres de mamás primerizas y así. Náuseas, no poder comer nada y el optimismo y discursos pro-vida de los médicos. Mi pareja fantaseaba con una niña y hablábamos mucho del tema. En una de las ecografías nos mostraron un riesgo -riesgo que yo celebré, así me tilden de cruel- y era que el DIU estaba muy cerca del saco gestacional y podía romperlo, además que sacarlo o no sacarlo implicaba un riesgo. En fin, me volvieron a preparar psicológicamente para un aborto espontáneo y un día sucedió.Yo para ese entonces ya aborrecía a mi pareja, no lo dejaba tocarme, su voz me era desagradable y todo debido al alboroto hormonal. Un día en el bus, volviendo de un taller de novela gráfica, empecé a sentir que me orinaba. Mi hermana me advirtió que se perdía de control de esfínteres, pero me sorprendió la rapidez. Llegué a casa avergonzada, para descubrir que era hemorragia. Mi novio corrió, llamó a mi hermana y nos fuimos al hospital. Amenaza de aborto se leía en los papelitos. Yo sangraba como nunca. Odiaba a mi novio como nunca. Y solo quería que muriera eso de una vez por todas. Me examinaron, todo sucedió muy rápido en realidad -con la particularidad de que era un hospital universitario y varios chicos miraron mi vagina sangrante- y en medio de la incomodidad me avisaron que el bebé seguía vivo. ¿QUÉ? Es inmortal. (No me disculparé por el humor negro, pues así soy en situaciones límite y en general) Entonces le dije a la doctora que quería gestionar la interrupción voluntaria del embarazo y ella se sorprendió. Hizo un esfuerzo inmenso por no atentar contra mis derechos constitucionales y entonces me remitió a  una entidad que podría ayudarme.

En Oriéntame todo fue lo más digno posible. La atención psicológica fue impecable y el procedimiento -esta vez quirúrgico- fue lo más higiénico y humano. Claro, ustedes, si son pro-vida, se preguntarán: ¿habrá algo de humano en esto? y yo les responderé con un nombre Brisa. Brisa fue la enfermera encargada. Una mujer increíble que nunca me miró de manera extraña o inspeccionó mis intenciones, simplemente me ayudó, me prestó su mano en el momento en que la aguja enorme me anestesiaba y me pasaba un corrientazo por toda la médula, preparándome para la aspiración del feto. Me apretaba fuerte y me decía tranquila, muñeca, ya casi. ¿Tienes mascotas? Cuéntame cómo se llaman, yo tengo perritos también. Me di cuenta por los pelitos en el saco. Yo le respondía con quejidos interrumpidos Coco y Mostaza. Listo, preciosa, esto es lo último. La última para asegurarnos. Qué nombres tan curiosos.
Me pasaron a la sala de recuperación, yo sentía un frío punzante por toda la cadera y me cubrieron con una manta gruesa en las piernas, y tiempo después volvió Brisaide y me dijo que debía aplicarme una inyección por ser de RH negativo. No va a doler nada, descúbrete la nalguita. Efectivamente el dolor no era comparable con nada de lo anterior, no era ni medio cosquilleo. Me trajo una aromática y su tranquilidad solo me hacía sentir en paz. Mientras me recuperaba, respirando profundo, sin llorar y sin pedir  medicamento para el dolor (porque no me gustan las pastillas) pensé, irónicamente, que a mi hija le pondría Brisa. Pero claro, olvidé que ya no había nada ahí para nombrar. Nos despedimos, me acompañó donde Miguel me esperaba entre lágrimas y yo vi que, en mi insistencia por no repetir la crueldad de mi madre, hermana y las madres de mis alumnos, había roto la ilusión tal vez más grande de mi pareja. En fin. Total. No me arrepiento. Pasa, todo continúa y es mejor como dice Vallejo:
"El sexo despeja la cabeza y alegra el corazón. Lo malo de esa actividad tan encomiable es cuando el hombre, en contubernio con una mujer, la destina a la reproducción, a imponerle la existencia a un tercero que no la ha pedido y que está tranquilo en la paz de la nada. Nadie tiene derecho a reproducirse, imponer la vida es el crimen máximo".


PPP// Volumen 2




Bueno, en realidad esta entrada me cuesta mucho, pero ya estamos. En el Volumen 1 les hablé de mi irresponsabilidad afectiva, mi incapacidad de extender racional y emocionalmente una red de afecto hacia mis parejas y simplemente, en fines prácticos, ser infiel. Tiempo después, sangre, sudor y lágrimas, decidí que la siguiente oportunidad iba a ser mejor. Que no me embarcaría en una relación que no pudiera darme esa libertad de ser quién soy y no permitiría nunca más abusos hacia mi intimidad. Entonces me topé con alguien especial en el 2018. Bueno, nos volvimos a topar. A Miguel ya lo conocía tiempo atrás, dos años antes, cuando estudié Fotografía. De alguna u otra manera, en el 2016 me gustaba. Lo veía talentoso, tenía curiosidad por su vida y me parecía guapo, aunque nunca tratamos mucho más allá de saludos y comentarios breves en clases, y yo -enrollada como estaba en mi relación tóxica-, cuando él me invitó a salir, para  no terminar de ponerme la soga al cuello, le dije que era lesbiana. Ahí terminó todo intento de seguir conociéndonos, aunque seguía teniendo contacto conmigo durante esos 2 años que transcurrieron, hablándome de cuando en cuando, deseándome feliz cumpleaños, etc. La historia es bella. Volvimos a hablar en el 2018, yo vivía sola desde los 16, pero recién se habían mudado unas personas desagradables a quiénes arrendé habitaciones. Nos vimos. Él quería volver a vivir solo y yo le ofrecí una habitación. Vino con un sixpack de BBC roja, hablamos, charlamos y luego la confesión: Tú me gustabas, tú también, ¿No eras lesbiana?, No, bisexual. Pero lo dije como excusa. En fin, bebimos, charlamos, muchos besos y empezamos a salir. Todo fue increíblemente rápido. En un mes y medio ya vivíamos juntos como pareja, con nuestras naturales dudas de si iba a funcionar o no, y eso sí, con la insistente petición de ser poliamor (al menos por mi parte). Todo, uff, maravilloso. Vertiginoso pero asombrosamente bello. Compartir y vivir juntos sin dramas, con tranquilidad, mucho diálogo, muchos planes y mucha afinidad. Todo el tiempo le insistí en tener un acuerdo de relación abierta o poliamorosa, lo fui llenando de información, le iba explicando que me sentía más cómoda de esa manera y, aunque al principio admitía que era muy celoso, poco a poco fue trabajando en ello. Total. Igual. Estábamos iniciando la aventura y realmente yo no sentía deseos de estar con alguien más, por un breve momento creí que ya no era poligámica, que más bien eran vacíos que intentaba llenar de mis otras relaciones y en ésta, la actual, no había vacíos. Total. Igual. Pasó el tiempo y empecé a salir con personas, no me comprometía emocionalmente, no quería, a veces solo besos, no mucho sexo, cervezas, hablar de la vida y conocer otros mundos. Siempre hubo transparencia con Miguel. Le decía dónde estaba, con quién -no por necesitar reportarme, sino por hacer las cosas bien- y si me demoraba en llegar a casa. Tal vez nos hizo falta más diálogo al principio, él aparentaba estar bien con que yo saliera, y sin embargo, algo no terminaba de encajar. A veces lo veía muy bien y otras algo perturbado. Tratábamos el tema pero él solo me decía que había aceptado esa parte de mí y que estaba trabajando en los celos. Hablar con él era fácil, además siempre tocamos temas de psicoanálisis y emociones, traumas, hablábamos todo de manera muy racional y con argumentos le mostraba -y él me develaba a mí- nuestros micromachismos, actitudes inmaduras y demás. Todo duró más o menos unos 4 meses en un estado idílico. Hasta que en agosto, en mi cumpleaños, descubrimos mi embarazo. Esta parte de la historia tiene mucho que ver con la siguiente entrada, entonces no daré tantos detalles. Sufrí un aborto, pues mi embarazo era riesgoso por el DIU (sí, uno puede quedar en embarazo planificando) y después de allí la relación se complicó. Hormonalmente todo se descontroló en mí y bueno, las que han estado en embarazo alguna vez, entenderán que es horrible no controlar sus propias emociones. Yo lo empecé a odiar, no le dirigía la palabra y durante un breve tiempo, lo desterré. En fin, una época difícil. Yo no podía comer por el embarazo, adelgacé bastante y era aún más peligrosa la situación. Habíamos comprado unos tiquetes anticipados para ir a la playa y fuimos juntos para no perderlos: fue una experiencia agridulce. Decidimos seguir juntos, él volvió a casa y la relación se había recuperado. El amor que yo creí ver desaparecer por mis hormonas, bueno, seguía ahí. Sin embargo, en ese tiempo me compartí muy poco con otras personas, por lo delicado de la situación. Solo un gran amigo que me acompañó de múltiples maneras, Daniel, estaba presente en mi vida de una forma especial. En enero de este año, pasó algo que no esperaba. Mientras sanaba todas esas heridas y mi relación ya estaba más que estable, conocí a alguien. Conocerlo fue increíble, fue tener la seguridad de que antes ya habíamos compartido un espacio, me agradaba todo de él, su oficio de profe, sus andanzas en el mundo de la música (en especial los boleros y los cantos de ordeñe), ay, (suspiro). Supe que algo había pasado, pero no sentí necesidad de dejar a mi pareja. No me había desenamorado de Miguel, por el contrario, no podía tener más ganas de seguir con él porque era imposible, y aún con todo, Jonattan me había encantado. Entonces me armé de valentía y decidí hablarlo con Miguel. Antes de que sucediera algo, le dije que sospechaba que alguien en verdad en verdad en verdad me gustaba y esperé que lo entiendera. Esa charla fue muy emotiva. Miguel demostró toda su madurez y, aunque le dolió un poco, decidió continuar con el acuerdo y darme vía libre siempre. Yo empecé a verme con Jonattan (sin saber que terminaría siendo mi segunda pareja oficialmente).
La primera vez que me vi con Jonattan, descubrir su ser, sus inquietudes, sus detalles -la primera cita me llevó un libro de Alejandra Pizarnik- fue hermoso. Además, una de las anécdotas más graciosas: quedamos empeñados en el bar donde bebimos, pues una de nuestras tarjetas no funcionó y aunque insistimos en lavar platos, hacer aseo o algo, tuvimos que dejar nuestras cédulas y al día siguiente ir a pagar la deuda para recuperarlas. Obviamente lo tomamos como los adultos responsables que éramos y nos reímos como por dos horas continuas, incluso haciamos bromas con la administradora del lugar. Pagamos un uber hasta Soacha donde él vive -único defecto- y pagamos con su colección de monedas y unos dólares. Desde ahí ya la cosa era diferente. Fue tanto cariño, tanta diversión y, además, una escritora y un filósofo, topándose en diferentes etapas de su vida (yo veinti pocos, el treinta y pico) que me cautivó. Seguimos viéndonos, él con sus detalles inusuales, cumpliendo caprichos y expectativas, y una fiebre que acrecentaba por vernos, necesitarnos cada vez más horas a la semana. La cosa después de un mes ya iba siendo insostenible. De Soacha a mi casa (más cerca de La Vega que de Bogotá), era una gran distancia. Nuestros trabajos estaban configurados para no salir de nuestra localidad (él profe en Soacha y yo promotora de lectura en Engativá), yo me quedaba uno o dos días a  la semana en su casa, impulsada por el deseo de compartir con él -y, claro, teniendo presente que eso iba creando pequeños orificios en mi relación con Miguel-. La cosa avanzaba, el compromiso con Jonattan se hizo formal y en parte Miguel me hacía saber que no se sentía del todo cómodo, sin embargo, lo aceptaba por el cariño que me sentía y yo -hipnotizada como estaba- continué en mi fiebre por mi segunda pareja.
A esto voy con que se cometen errores también en el poliamor. Que no se tiene siempre la inteligencia emocional que requiere el momento, que mi relación pasando por lo que pasó (el aborto) tal vez no estaba tan preparada para el nuevo reto. No es solo cuestión de respetar las libertades del otro, aunque claro, es la razón principal, pero se trata de saber qué retos pueden afrontar juntos, qué experiencia está preparado para recibir el otro -con su bagaje emocional- y cómo hacerlo responsablemente. Admito que fue difícil gestionar, estar tan enamorada de dos personas al mismo tiempo y que, tal vez, en pro de ser transparente, muchas veces herí a mi pareja principal, a un hombre que apenas estaba cuestionándose su rol y las posibilidades en un modelo relacional diferente a la monogamia, un hombre también criado por personas machistas y religiosas, y bueno, yo lo ignoré. Tampoco toda el agua sucia es para mí. No me culpo. Fue lo que pudimos hacer con las herramientas que tuvimos en el momento. Pudo ser mejor o peor, pero sucedió así. Al final con Jonattan decidimos terminar nuestra relación, dejar de salir y eso también fue doloroso. Nadie nos obligó, sin embargo, viendo las posibilidades, creí -creímos- que sería lo mejor. Él continuó con su otra pareja -Camila- y yo con Miguel, tratando de dialogar cada vez más. Aunque después me vine a enterar que el daño ya estaba hecho y por dolor y otras cosas varias, Miguel había empezado a salir con alguien más.

En fin. Las relaciones interpersonales son un lío inmenso. Son complejas, son de paciencia, diálogo, respeto por los acuerdos y ponerse en el lugar del otro. Lo peor que puede pasar en una relación no es que ella o él decidan estar con alguien más o se sientan atraídos física o emocionalmente por alguien. No. Lo peor que puede pasar es no ser efectivos en la comunicación, no entender que se es humano y que la  libertad personal va por encima de todo -eso sí, sin hacerlo para lastimar a otro o por rencor- y que gestionar todas esas emociones a las que nos exponemos día a día, y hacerlo JUNTOS -si se tiene convicción de permanecer juntos-, es y siempre será lo mejor. Una verdadera relación se construye bloque a bloque, no para hacer un muro, sino más bien un puente: para cruzarlo juntos si se quiere o para poder volver solo si ya no hay fuerza para seguir andando acompañado.

Espero les guste. Oído, comprensión y acciones para el otro. Intentar y resolver y, si lo último no es posible, despedirse, agradecer y continuar.

: Gracias a estos dos hermosos seres humanos por hacer parte de mi vida, un girasol y un beso.