domingo, 9 de junio de 2019

Maternidad, sangre, mirones y Brisa

Sobre la maternidad dos cosas:
1. Sufrí mucho a causa de las madres. Creo, y se que me van a odiar, que son seres llenos de frustraciones. Muy pocas se sienten plenas en el ejercicio de su maternidad y, la mayoría -incluída mi mamá- sienten que los hijos son un lastre, que dan felicidad por ratos, una obligación, un ser en quien pueden vaciar sus tristezas y miedos más profundos.
2. Es un hecho que en el mundo líquido que hoy vivimos, un hijo es una responsabilidad que queda muy de pa'rriba. No hay tiempo, hay déficit de atención, todo debe ser inmediato, debo vivir una vida de lujos, apta para mostrar... y un hijo, ¿como encaja ahí? Además, claro, si nos vamos al otro extremo, donde muestro mi maternidad, caigo en vender a mi hijo, mercantilizarlo, utilizarlo por unos likes... Y, por otro lado, ¿no hay ya suficientes personas en este mundo? Todos generando dióxido de carbono, quitándole la posibilidad a un bebé que ya existe, que espera ser adoptado, ser cuidado, amado, cubierto en sus necesidades básicas.
Bueno, todo esto y más opino. Siempre he estado a favor del aborto aunque -se que por esto también me van a odiar- francamente paso del feminismo privilegiado y de smartphone (que muchas/os practican). Claro que yo también soy privilegiada y, en parte, por eso comparto esta entrada.
Aborté, dos veces. Lo he vivido. Sé que es juzgarte, que te juzguen, pero yo corrí con suerte y tuve dinero, privilegio que no tienen muchas. A ver, antes de que empiecen todos en plan existen los métodos anticonceptivos y blablabla, déjenme adelantarles que yo fui concebida mientras mi mamá planificaba (ya de entrada existe una carga fuerte a nivel de fertilidad) y sí, en ambos casos yo estaba planificando. La primera fue con mi primer primerísimo novio formal, de quién he hablado antes, Sergio. Nos tomó por sorpresa, yo tenía apenas 18 (?), estaba en 3er o 4to semestre de la universidad -entré muy pequeña- y no supimos qué hacer, o bueno, más bien yo estaba convencida de no tenerlo. Mi hermana fue madre adolescente y yo tuve que cuidar a mi sobrina durante mi adolescencia, también vi cómo su pareja no la apoyó y dejó a mi madre -que nada tenía que ver en la ecuación- a cargo de todo. Además de que yo perdí a mi mejor amiga y los chistes más geniales de mi hermana, pues de ahí en adelante se volvió amargada y yo solo la quería de vuelta. (Lágrimas). En realidad esto duele contarlo, todavía pienso que podría volver pero la maternidad le hizo algo horrible y creo que ya perdí la esperanza. Así pues, no quería repetir la historia. Convencida de mis derechos -aunque sin saber  que ya era legal- busqué un distribuidor ilegal de Cytotec en Bogotá y cuadramos una entrega en un centro comercial. Las recibimos, me explicó que por la edad gestacional (casi 3 meses), debía usar 2 pastillas intravaginales y 2 orales. Fue lo más claro posible y se fue. Ahora estabamos Sergio y yo. Luego, sola en mi apartamento, introduje las pastillas, tomé lo que debía tomar y era cuestión de esperar. Pude morir esa noche. Empecé a sentir unos retorcijones horribles, pero el hombre enfatizó que por nada debía levantarme. Lloraba muchísimo -con esa culpa inculcada del cristianismo- y no podía creer cómo tanto dolor podía caber en mi cuerpo. Pasó la noche larga y al día siguiente vi el pañal lleno de sangre: nunca había visto tanta sangre en mi vida. Siguiendo las instrucciones -con otro pañal y con el dolor encima- debía caminar para que terminara de expulsar el 'bebé'. Bueno, así pasó esa primera vez. Quedé con dolor durante una semana, intenté escribir textos sobre el tema pero eran demasiado dramáticos y mi relación se fue cada vez más a pique. A parte de que mi pareja -al ver que sin motivo yo recordaba el momento y lloraba de la nada- me gritaba y me decía que debía 'PASAR LA PÁGINA'. Tanto maltraté mi cuerpo y mi espíritu con esa decisión, pero prefería mil veces eso a ser mamá y culpar a un ser que nada tenía que ver. Así que para los que piensan que amamos abortar y por eso llenamos plazas, una  noticia obvia: duele, es peligroso y es nuestro cuerpo así que jódanse.

Mucho tiempo después, en mi relación actual, quedé en embarazo por una falla del DIU. En realidad yo creía que después de ese primer aborto ya era infértil, pero el guionista de mi vida, cruel y amante de los giros inesperados, decidió que no. Para el día de mi cumpleaños -21 de agosto- del 2018 me enteré del embarazo. Mi novio y yo llevábamos un tiempo viviendo juntos, a gusto, con respeto y mucho amor, así que no tendría por qué haber sido un gran inconveniente. Claro, si en realidad yo deseara ser madre. Él siempre me apoyó y estuvo para mí, yo me amargué naturalmente y poco a poco los síntomas me iban carcomiendo: no poder comer, sentir náuseas a cada rato, mareo, sentir fastidio -más del normal- y dolor en los senos. Cuando fuimos a la  primera ecografía nos dijeron que era un embarazo ectópico (fuera del útero) y no era viable, es decir: debía abortar o esperar un aborto espontáneo. De alguna u otra manera me sentí aliviada, aunque a mi novio la  noticia le golpeó muy duro. Le hacía ilusión. Así pues pasaron unas semanas y no sucedió nada, fuimos a otro control y nos dijeron algo totalmente distinto: bien ubicado en el útero, era 1 solo y estaba sano. ¿QUÉ? No lo podía creer. Yo ya le había contado la noticia a mi mamá y hermana, segurísima de que no era un embarazo viable y... ¿ahora? Bueno, empezaron los controles y aparte los éxamenes, las citas para talleres de mamás primerizas y así. Náuseas, no poder comer nada y el optimismo y discursos pro-vida de los médicos. Mi pareja fantaseaba con una niña y hablábamos mucho del tema. En una de las ecografías nos mostraron un riesgo -riesgo que yo celebré, así me tilden de cruel- y era que el DIU estaba muy cerca del saco gestacional y podía romperlo, además que sacarlo o no sacarlo implicaba un riesgo. En fin, me volvieron a preparar psicológicamente para un aborto espontáneo y un día sucedió.Yo para ese entonces ya aborrecía a mi pareja, no lo dejaba tocarme, su voz me era desagradable y todo debido al alboroto hormonal. Un día en el bus, volviendo de un taller de novela gráfica, empecé a sentir que me orinaba. Mi hermana me advirtió que se perdía de control de esfínteres, pero me sorprendió la rapidez. Llegué a casa avergonzada, para descubrir que era hemorragia. Mi novio corrió, llamó a mi hermana y nos fuimos al hospital. Amenaza de aborto se leía en los papelitos. Yo sangraba como nunca. Odiaba a mi novio como nunca. Y solo quería que muriera eso de una vez por todas. Me examinaron, todo sucedió muy rápido en realidad -con la particularidad de que era un hospital universitario y varios chicos miraron mi vagina sangrante- y en medio de la incomodidad me avisaron que el bebé seguía vivo. ¿QUÉ? Es inmortal. (No me disculparé por el humor negro, pues así soy en situaciones límite y en general) Entonces le dije a la doctora que quería gestionar la interrupción voluntaria del embarazo y ella se sorprendió. Hizo un esfuerzo inmenso por no atentar contra mis derechos constitucionales y entonces me remitió a  una entidad que podría ayudarme.

En Oriéntame todo fue lo más digno posible. La atención psicológica fue impecable y el procedimiento -esta vez quirúrgico- fue lo más higiénico y humano. Claro, ustedes, si son pro-vida, se preguntarán: ¿habrá algo de humano en esto? y yo les responderé con un nombre Brisa. Brisa fue la enfermera encargada. Una mujer increíble que nunca me miró de manera extraña o inspeccionó mis intenciones, simplemente me ayudó, me prestó su mano en el momento en que la aguja enorme me anestesiaba y me pasaba un corrientazo por toda la médula, preparándome para la aspiración del feto. Me apretaba fuerte y me decía tranquila, muñeca, ya casi. ¿Tienes mascotas? Cuéntame cómo se llaman, yo tengo perritos también. Me di cuenta por los pelitos en el saco. Yo le respondía con quejidos interrumpidos Coco y Mostaza. Listo, preciosa, esto es lo último. La última para asegurarnos. Qué nombres tan curiosos.
Me pasaron a la sala de recuperación, yo sentía un frío punzante por toda la cadera y me cubrieron con una manta gruesa en las piernas, y tiempo después volvió Brisaide y me dijo que debía aplicarme una inyección por ser de RH negativo. No va a doler nada, descúbrete la nalguita. Efectivamente el dolor no era comparable con nada de lo anterior, no era ni medio cosquilleo. Me trajo una aromática y su tranquilidad solo me hacía sentir en paz. Mientras me recuperaba, respirando profundo, sin llorar y sin pedir  medicamento para el dolor (porque no me gustan las pastillas) pensé, irónicamente, que a mi hija le pondría Brisa. Pero claro, olvidé que ya no había nada ahí para nombrar. Nos despedimos, me acompañó donde Miguel me esperaba entre lágrimas y yo vi que, en mi insistencia por no repetir la crueldad de mi madre, hermana y las madres de mis alumnos, había roto la ilusión tal vez más grande de mi pareja. En fin. Total. No me arrepiento. Pasa, todo continúa y es mejor como dice Vallejo:
"El sexo despeja la cabeza y alegra el corazón. Lo malo de esa actividad tan encomiable es cuando el hombre, en contubernio con una mujer, la destina a la reproducción, a imponerle la existencia a un tercero que no la ha pedido y que está tranquilo en la paz de la nada. Nadie tiene derecho a reproducirse, imponer la vida es el crimen máximo".


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