jueves, 20 de junio de 2019

Agüeros 2: Maticas o cómo regar el fastidio



Les presento a Yurani y Miguel. Los 
nombres de mis maticas corresponden a un ejercicio, un agüero, una superstición. Les contaré. Todo empieza con mi fastidio hacia la gente, fastidio que ha acrecentado de manera increíble los últimos años y cada vez se hace más notorio. No sé. La gente, sus ruidos, sus manías, ademanes, olores corporales, lenguaje no-verbal e inconsciente, tragedias y a menudo mala inteligencia emocional, me fastidian. Existir cerca del otro me genera un montón de ansiedad y mi Ximena interior odiosa no se hace esperar. Créanme que trato de amar a mi prójimo -no porque crea en dios sino porque al fin y al cabo viven batallas y retos muy difíciles cada día- pero no siempre lo logro. Se me va una mirada odiosa, una frase con ponzoña, un comentario aparentemente elitista o clasista o una palabra que -sumada a mi rostro y mi ceja arqueada y despectiva- puede destruir al que respira cerca a mí. En fin, comencé a ver el patrón y quise hacer algo al respecto. No podía mentirme, ser hipócrita y decir que iba a amar al prójimo -incluso a ese que dice 'nadien' o 'tatzi' o chismosea sobre otro o vota por Uribe-, no. Debía ser honesta pero hacer algo por solventar mi empatía (en últimas porque lo que doy a los demás es un reflejo de lo que estoy dispuesta a darme a mí y yo quiero darme cosas lindas); así que decidí empezar a regar plantitas por cada persona que me cayera demasiado mal o me hubiese herido. Empecé con Yurani, una chica del trabajo a quién odié cada minuto de capacitación, cada lunes y cada instante en que hacía una intervención con su habladito ensayado, pretendiendo ser de un estrato mayor, dejando escapar 'entoes' o palabras bruscas camufladas en su acento mal coreografiado de gomela. Sí. La analicé muchísimo. Decidí que la iba a regar de tanto fastidio y que si florecía le iba a ir bien a la Yurani real. Y sucedió. Renunció a biblored y ahora está en Brasil. No le he querido decir, pero indirectamente su triunfo es mío también -já, qué egolatra soy- y yo me siento mucho mejor desde que no llevo ese fastidio a cuestas. Odiar a la gente pesa y suficiente tengo con el gimnasio. 
Miguel el cactus fue algo más reciente, pero se basa en el mismo principio. A él no lo odio -es mi pareja- pero me ha causado daño directo e indirecto (como todos lo hacemos con todos) y por eso decidí regarlo. Al menos así transformo mis emociones negativas sin prohibirme sentirlas. Algo me dice que pronto tendré el apartamento lleno de maticas pero, eso sí, todos seremos felices y viajaremos con el odio que me sobra. 

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