jueves, 26 de septiembre de 2019

La peor tusa de todas

Un girasol para Karen, 2014

Hoy creí ver a Don Octavio. Me afectó demasiado porque Don Octavio fue mi papá por 11 años. Debo desglosarlo con calma así que les pido paciencia. No es fácil desnudarse. Yo me quito la ropa ante la cámara, el mundo, ustedes, mis amantes... pero hablar de Don Octavio y Karen es confesar mi peor tusa.
Karen fue mi vecina de toda la vida. A pesar de que viví en muchísimas ciudades del país, siempre tuvimos un apartamento, el 4-302, en Ciudadela. Karen vivía en el 4-301. A una puerta de distancia. Las veces en que veníamos de visita con mi mamá o los años que volvíamos por el impulso gitano de ella, me la pasaba con Karen. Éramos como dicen 'uña y mugre'. Una puerta de distancia, mi número de teléfono -todavía me acuerdo- 4314600, el de ella 4314500. Sé que parece pura ficción pero es real. Este blog es autobiográfico y así fue todo. Siempre estuvimos demasiado cerca en todo. Ambas practicamos patinaje de competencia, ambas altas, morenas... la única diferencia: ella tenía papá y se llamaba Don Octavio.
Pasé mis días en el 4-301. Allá me daban almuerzo y cena. Hacíamos onces, cocinábamos postres, veíamos películas. Ahí jugué guitar hero por primera vez, ahí di mi primer beso, ahí, a una puerta de mi casa, era mi verdadera casa. Mi mamá siempre estaba de malgenio, mi sobrina era una bebé ruidosa y mi hermana ya no era quién yo solía recordar. Me quedaba hasta la madrugada -incluso entre semana- y ya tenía pijama lista y una muda de ropa por si acaso no me daban ganas de volver al inhospito 4-302.
Crecí con ellos. Diego, el mayor, Karen, la del medio, y Felipe, el menor. Entre Felipe y yo siempre hubo algo. A través de los años variábamos el repertorio de besos, miradas indiferentes e insultos y pactamos nunca contarle a Karen de nuestro amorío raro para no crear problemas. Teníamos un grupo de amigos en el conjunto. Jugábamos ponchados, escondidas, botellita, karaoke, guitar, halo, etc. Éramos inseparables. Las reuniones se hacían en casa de todos, excepto, claro, la mía. Yo era la expatriada. Una especie de huérfana a propósito.
Los años de amistad pasaron sin problema. El cariño entre todos era inmenso y crecía. Con ellos pasamos muchas cosas. Mi primera traba, la primera vez de Karen, la vez que casi muero por convulsiones y marihuana y cuando Karen cayó por las escaleras y se dislocó el hombro. Recuerdo todo esto llorando. Ellos eran mi familia. Don Octavio incluso me compraba ropa en navidad. María Eugenia, la mamá de Karen, cumplía el mismo día que yo: 21 de agosto. Ellos optaron por hacernos una sola celebración conjunta cada año, cocinarnos algo vegetariano y partirnos un ponqué. De verdad me habían adoptado.
No sé cómo se distorsionó todo. Recibí la indemnización por la muerte de mi papá y todo cambió rapidísimo. Compré mi apartamento, me mudé cerca -en otro conjunto de Ciudadela- pero no volvió a ser igual. Nos veíamos. Nos amábamos. Nos distanciábamos cada vez más.
Yo entré a la universidad y Karen estaba en la suya. Ella era 2 años mayor que yo y ya había hecho un tecnólogo en cocina y luego empezó a estudiar Negocios. Yo entré a Creación Literaria y nuestros intereses comenzaron a apartarse. Viví sola con un colchón tirado en el piso como por 1 año. El orgullo no me dejaba volver con mi mamá y mis prioridades cambiaron. Karen estaba en época de rumba, descontrol y apariencias. No estábamos sintonizadas. Me dolía la vida entera sin ella pero no había nada qué hacer. Cuando nos veíamos era medio incómodo y tratamos de forzar la amistad de once años por unos meses más. No funcionó. De hecho, terminé teniendo sexo con su ex. Sabía que era un punto de no retorno. Meses después ella me interrogó, lo negué y me di cuenta que le había mentido a mi mejor amiga de toda la vida. Yo estaba tan hecha mierda, tan rota que me valió nada. Luego vinieron los abortos, la tristeza y la depresión que nunca le compartí. La última vez que nos vimos fue un 21 de agosto: no hubo torta, ni comida, ni soplo de velitas con María Eugenia. Ya se había acabado todo. Nos vimos por puro protocolo. Me deseó un frío feliz cumpleaños y me dio un abrazo de mala gana.
Ahora Karen tiene una hija. Don Octavio es un abuelo feliz -o eso dijo mi hermana una vez que se lo encontró-. Me duele saber que no estuve ahí. Me da un guayabo enorme la distancia que se instaló entre Karen y yo, mas sé que es inamovible. Yo la amo con todo mi ser, todavía; ignoro si ella me lee o si le importo... Solo sé que es la peor ruptura que he tenido en la vida.
Me duele una promesa rota: nuestros hijos serían amigos. Yo aborté a mis hijos, ella tuvo una. Ya debe tener 5 años, más o menos los mismos que llevamos sin ser amigas. Sin hablar. No sé si yo tenga hijos algun día -quiero pensar que no- pero si los tengo les diré que no hagan promesas tontas. Nada se mantiene en el tiempo. Ni nuestra amistad pudo derrotar esa realidad tan cruda.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Hipervínculos, mentiras y despistes

Volví. Las semanas que pasé lejos de redes sociales me hicieron pensar bastante. ¿Por qué nos saturamos todo el tiempo? ¿Por qué nos desdibujamos entre tanto contacto virtual? ¿En realidad tengo contacto con el otro? ¿Nuestras relaciones actuales son reales o son solo simulacros?
Volví a tener ataques de pánico. La ansiedad se vuelve insoportable y entonces hay que huir a algún sitio. A  alguna persona. A alguna actividad. Casi siempre corro a la calle, a personas que me atraen, a moteles. Huyo teniendo sexo. Creí haberlo dejado atrás pero de nuevo se concreta en mis crisis. Salgo a beber, quiero perderme, me beso con alguien, nos acostamos, vuelvo a sentir ansiedad. Por eso me fui de redes. Es tan fácil contactar a alguien: un desconocido por tinder, un profesor por instagram, un seguidor por twitter. Dejar que te consuman, que con un like o un mensaje compren la oportunidad de un encuentro. Es tan fácil concretar una salida con alguien. Una cita en el centro, un encuentro para bailar por chapinero, un café por la séptima: todas como aperitivo de lo que ambos dan por hecho. Es el previo al sexo. Un eufemismo para culiar, tirar, follar, comerse.
Me cansé de hipervincularme. La gente me apabulla, me abruma. Sus gestos, sus miradas,las emociones que logro leer en su corporalidad, las palabras que usan, sus olores. El contacto me causa demasiada ansiedad.
Como bibliotecaria/promotora de lectura es un gran problema. Estás en permanente exposición al otro, a sus charlas, a sus inquietudes sobre la lectura o la vida, a los chismes que la comunidad necesita contarte, a las habladurías de los que pasan, al hambre de los hijos de vendedores ambulantes, al frío de niños venezolanos a la orilla del humedal, a la soledad de los ancianos, al peso de la rutina de los guardas de seguridad, etc. Es difícil mediar el encuentro con un libro cuando estás tan saturada de realidad. Una realidad asfixiante, triste; torpe.
Como poliamorosa es un lío. Me he abstenido de relacionarme demasiado. Actualmente solo ejerzo con mi pareja. Risas. Un mes atrás tuve sexo con alguien. Si no comprometiera su trabajo, mencionaría su nombre -como es costumbre en este blog- y no me sentiría incómoda al poner un filtro innecesario a las verdades que cuento aquí. Sin embargo, no puedo desconocer que sería un riesgo para ambos, así sea una bobada institucional. En fin, me involucré emocionalmente y puse en juego un montón de cosas. Todo fue -cosa rara- cuestión de redes sociales y acordamos un día, una hora y un lugar. Probablemente ambos podíamos oler en el ambiente lo que iba a suceder, pero era mejor darle unas cuantas vueltas al asunto, obviarlo, ir a la biblioteca, entregar un libro, luego unas polas, luego unos tequilas, luego un transmilenio y, cuando creí haber tenido el control e ir directo para mi casa, un impulso nos colocó a ambos en la intención inicial. Entonces un motel, tener sexo como un rito: unas palabras que se repetían como un hechizo, una mirada, un gesto, un apretón en la muñeca, ¡qué rico!, otra frase, otro hechizo: sexo con el extraño plus de rol de poder institucional. Qué excitante.
Mentí esa noche a mi novio. Algo inexplicable porque teníamos un acuerdo y evadí contarle hasta hace un par de días. Volvió la ansiedad con más fuerza por sentirme una mentirosa, por no saber cómo contarle lo que había pasado y por obsesionarme cada vez más con quién me acosté. Pánico. Me zafé tan pronto como pude de redes sociales para no sentirme tentada a escribirle de nuevo -no por mojigatería ni arrepentimiento- e intenté quedarme lejos de los hipervínculos un buen tiempo.
Era extraño verlo en la institución, recordar por pedazos lo que había pasado esa noche. Más extraño aún sentir que me había hechizado: no podía dejar de pensar en él. Siempre con los nervios de punta, excitada y con ganas de repetir la experiencia, aunque deprimida por notar su distancia, su ambivalencia. La dualidad e hipocresía de una relación mediada por el poder y el peso de una institución. Qué mierda. Este episodio acentuó la ansiedad que ya venía creciendo y fue inevitable que todo se fuera a pique en las siguientes semanas. Enfermedad, incapacidad laboral, insomnio, desconcentración, falta de apetito, pulsaciones altas todo el tiempo, sensación de ahogo... Incluso mis labios se secaron y sangraron casi todo el mes. No pude besar a nadie después de mucho, ni siquiera a M. Fue horrible.

Siento que estoy algo más calmada después de todo. He perdido mi celular unas 4 veces desde entonces y de maneras inusuales siempre lo recupero o vuelve a mí. Ya me es indiferente quedarme sin comunicación durante unos días, incluso lo prefiero. La semana pasada volví oficialmente a redes. Ayer volví a perder mi celular, mis documentos y muchas cosas de valor. Parece que la secuela de este lío es el despiste. M se graduó de la universidad hace unos días y antes de la celebración tuve que decirle todo lo ocurrido. No quería celebrar algo tan importante desde la hipocresía y la mentira. Le afectó porque ya había pasado un tiempo y porque acomodé versiones para no herirlo en su momento. Aún así no hubo conflicto. La verdad siempre será la mejor mediación para un daño emocional. Hoy más que nunca agradezco su inmensa comprensión, su amor incondicional -tan increíble e inmerecido- y, claro, ahora les cuento todo a ustedes.

jueves, 12 de septiembre de 2019

🌻

Girasola, Miguel Ángel, Cartagena 2019

Este viaje fue memorable. Ya había hablado antes de él en el blog pero debo volver a la memoria. Fue exactamente hace 1 mes. Fue antes de esta crisis de ansiedad. Y es que eso me recuerda esta fotografía -tomada por mi siempre talentoso novio-: la ansiedad puede verse así. La depresión puede verse así. Supuestamente el color amarillo es símbolo de felicidad. Y ya ven. A mí me parece que han sido más de 3 meses desde que fui tan pero tan plena. Solo ha pasado 1 mes y estoy al borde de enloquecerme. O ya estoy loca y ya ni veo el borde. Me retiré de redes sociales desde la semama pasada, solo escribo pendejadas de vez en cuando en twitter, pero he reducido mi tiempo en línea menos de la mitad. Estoy cansada de los hipervínculos, de los chismes, de tanta información: estoy apabullada, saturada, abrumada. El mundo es un lugar inhóspito y horrible donde solo buscamos un placebo -un amor o varios, una droga, una red social- para no enfrentarnos al verdadero ahora. Mi ahora es un parque lleno de niños, donde unos gritan ¡GOL! y una mamá lee con su hija un cuento de una espía. Mi ahora es jueves, mi día favorito de la semana, un 12 - día par- y la ansiedad por el mundo y un cuento sobre un niño autista que todavía estoy construyendo. Todavía tengo restos de ese amarillo-felicidad-cartagenístico en el pecho pero no es suficiente.
Solo sé que hoy es jueves, día 12 y par, no estoy bien pero tampoco tan mal. Hoy intento estar mejor.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Ansiedad

Tras los recientes eventos en mi vida he decidido alejarme de los hipervínculos por un tiempo. De cualquier tipo de vínculo sexomorboarrechoafectivo que pueda alterarme. De instagram. De facebook. De whatsapp, messenger. Hasta de telegram. Dejo a un lado tanta vaina que me llena de ansiedad. Quiero ser una nada, una nadie, una omisión. Quiero ser ese carnet en blanco que persigue sueños sin nombre en una institución no anónima. Quiero seguir escribiendo textos sin etiquetas en mi computador blanco etiquetado como 'DELL'. Quiero seguir leyendo a Byung Chul Han y el budismo zen, incapaz de practicarlo realmente, acercándome desde la teoría a la inmanencia.
Entonces formulo la frase más incómoda e incoherente de estos días: Yo quiero ser invisible. Nada más que el yo para empezar, el deseo siempre tan egoísta y la imposibilidad tan clara de no existir. En fin. Quiero concentrarme en otras cosas. La ansiedad de vivir me deja una herida nueva cada día: me saboteo a mí misma para ser infeliz y luego venir a quejarme. No quiero quejarme por unas dos semanas.

Nos leeemos luego.
🌻

domingo, 1 de septiembre de 2019

El renacido. ¡RAWR!










Ahora sí puedo hablar de mi gato. Nunca en la vida había tenido gatos. Siempre había adoptado perritos criollos: (2) hermanitas Gaia y Sol que viven en mi finca y Mostaza -mi diosa- y luego a Coquito, un perro rebelde, al principio algo arisco y traicionero pero demasiado amoroso (ladrón profesional de medias). No me animaba a los gatos porque no los comprendía. Me parecían esquivos e ingratos, pero eso decían solo las malas lenguas. Aquí va la historia de Lucky Lucrecio:

En el conjunto donde vivimos había una gata. Había cavado cerca a un transformador eléctrico y ahí amamantaba a sus gatitos. Un día, al salir al trabajo, vi un cadáver de un gato negro. Iba tarde y en moto, de manera que no paré para sepultarlo pero me rompió el corazón. Unas semanas después alguien escuchó a los gatitos llorar. Eran 3. Llevaban muchos días sin comer, una ya había muerto y se la  habían comido los ratones, otro -mi Lucky- estaba a punto de morir, no respiraba ya y también estaba mordido por las ratas. Una vecina le dio calor y lo reanimó. Lucky revivió. Una chica de nuestro edificio los tuvo -a los 2 que sobrevivieron- los llevó a la veterinaria y empezó a buscar adoptantes. Un día llegaba de la biblioteca cuando vi una bolita de pelo negra que corrió hacia mí y trepó por mi pierna. Me enteré de su historia y quise adoptarlo, pero mis 4 perros tienen gustos  exquisitos -sobre todo Mostaza y Coco que solo comen comida premium-, entonces racionalmente me  negué. Le dije a Miguel y tampoco estaba convencido. Una semana después nos lo encontramos tomando el sol abajo en el edificio: Miguel se enamoró del negro. Pude ver en sus ojos  que ya había decidido adoptarlo pero no dijo nada. A los dos días llegué y lo vi haciendo cuentas y cuadros  de excel: era oficial. Había hecho los cálculos de gastos iniciales (arenera, comedero, arena, comida). Asumió los gastos y lo adoptamos.
El nombre no fue difícil. La historia ya decía mucho de su buena fortuna y, aunque pensamos en ponerle Milagro, no era lo suficientemente fuerte -además, perdía su encanto por la alusión a lo religioso-. Recordé entonces un cuento que escribí para un Taller Distrital de Escrituras Creativas, de la  relación de un niño epiléptico con un becerro que le regalaron al nacer -Luki-, el becerro se golpeaba contra la cerca cada que iba a venirle un ataque al niño: el vínculo era tan fuerte que podía anticipar las crisis epilépticas. Le puse Luki en el cuento porque a ellos, en el campo, les llegó a oídas que eso significaba suerte; el becerro era suertudo porque sobrevivió sin la leche de su mamá, pues a la vaca le dio mastitis y nunca pudo amamantar. En fin, le conté la historia a Miguel y coincidimos en que era perfecto para la negrura que recién llegaba.

En este preciso instante Lucky juega con mis pies, me muerde y rasguña si piedad. Puedo quererlo mucho pero hay que aceptar que es cruel y caprichoso: creo que lo sacó de mí.