domingo, 13 de octubre de 2019

Falsa empatía


Siempre me ha molestado la falsa empatía: es como leer un mal cuento. Sabes que las emociones enunciadas no corresponden a los personajes -mal caracterizados- y a los lugares o atmósferas -cojas- que el autor propone. Cuando no eres genuino, el lector lo resiente. El lector no es bobo: es persona. Vive emociones, sabe de eso. Pasa igual con la falsa empatía. Una persona la percibe, porque sí, porque lleva años decodificando gestos, palabras, señas, porque lleva años descifrando emociones e intenciones, porque se vincula y sabe cómo es, se relaciona y se junta con otras y sabe distinguir lo genuino de lo sintético. Entonces sí: la falsa empatía se nota.
Lamento decepcionarte, bb, pero tu actuación no es tan buena. No te creas.
Detesto eso. Una falsa preocupación o una lástima que se despierta de repente y finge entre palabras, busca ser elocuente o dar monedas o una sonrisa o un abrazo incómodo, una acción que rectifica la verticalidad del momento. Un yo que finge para que el otro,"pobrecito", se sienta mejor. 'Pobrecita, yo estoy en lo correcto: enseñémosle' o 'pobrecito, acaba de morir su madre, abracémoslo'. Y así mil escenarios más. ¿Qué? Es el lugar políticamente correcto de la lástima, la piedad disfrazada de buena intención pero que solo instala, una vez más, una relación de poder.

A ver, la semana pasada salimos a tomar unas cervezas con mis compañeros de diplomado de la Tadeo. Hablamos de politicas públicas, pedagogía, en fin, nerdos todos y bellos. Celebramos que culminamos el primer ciclo del diplomado y que sobrevivimos a la carga laboral y educativa. Polas van, polas vienen. En un momento tocamos el tema de vivir en un lugar central. Samper Mendoza, Santa Teresita, barrios que salieron a relucir por centralidad y poco precio. Entonces me preguntan: ¿dónde vives? Yo respondí: Engativá y enfaticé que no me gustaría vivir en el centro. Ahí estoy bien y además estoy en mi apartamento, entonces para qué irme, dije yo. Hago muchos comentarios sin pensar que el otro puede percibirme como alguien con vanidad. Yo honestamente no lo hago así, pero suele parecer. En fin, digo esto y una chica, que acababa de hablar sobre prejuicios, pedagogía y demás suelta un: ¿tú, tan joven? ¿Quién te lo dio? ¿Tu papi? Me reí por dentro. Todos los prejuicios de la chica cayeron sobre la mesa, al lado de la mancha de cerveza. Uh, le dije. Si te digo el porqué te vas a sentir mal y no quiero tu falsa empatía. Gracias. Quedó en shock. Sin embargo, insistió. Yo estaba cagada de la risa por dentro. Le dije: Sí, ¿sabes?, me lo dejó mi papi cuando murió a mis 6 años. ¡Plop! La cara se le transformó. Me reí y le dije: Todo bien. Soy pensionada por eso, una indemnización por parte del estado 12 años más tarde, con eso me compré mi apartamento y me pagué mis dos universidades. Cero misterio. Todo bien. Los ojos se le escondían cada vez más en el rostro de la vergüenza. La chica desde su educación me pidió unas disculpas pegadas con baba y yo solo me reí y asentí. No me place tener razón. Tampoco me placen las disculpas. Lo que me place es descubrir la ficción de lo políticamente correcto, de los protocolos sociales y de la supuesta 'conciencia de clase' que dicen tener muchos. Los prejuicios están siempre a la orden del día, así como se puede señalar o confundir a un rapero con un delincuente también suelen señalar a alguien de burgués o niño de papi y mami sin tener ni la menor idea de lo que ha vivido para estar ahí. Soy consciente de mis privilegios, accidentales, pero al fin y al cabo privilegios. Lo gracioso es evidenciar la cojera crónica de la empatía de otros: las falsas luchas que no son auto-críticas.

Esta es una entrada atípica, un retrato lo más fiel posible de los prejuicios que debo soportar a diario y -aunque con algo de ponzoña- una forma de hacerles reflexionar un poco.

Nos leemos después. Abrazos.

P.D: Siempre gracias por leer, algunas entradas ya sobrepasan las 400 vistas. Eso me hace una persona insanamente feliz y una potencial monetizadora de este blog. (Risas).


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