jueves, 4 de marzo de 2021

Familias prestadas


Creo que mi escritura ha estado cambiando, mis temas, tras el proceso de mi tesis, ya no son mis temas o han mutado, se han transformado o, al menos, el foco se ha ido desplazando. Hay una idea que me viene rondando desde hace tiempo y cuyo germen apareció aquí, en este blog, hace 2 años, en un post aparentemente catártico sobre lo que denominé "la peor tusa de todas". Más o menos trata de una de mis amistades más longevas y cuyo fin me cambió totalmente, una amistad que aún recuerdo vívida y de la que atesoro grandes y hermosos recuerdos que con el tiempo no se han desvanecido y que incluso, en la exploración para mi tesis, revivieron en forma de un poema que se está convirtiendo en algo cada vez más y más grande. La idea que me ronda, que involucra esta amistad y esa entrada del blog es que casi todos -por no decir que todos, de veras- hemos tenido o tenemos aún -qué fortuna- una especie rarísima pero preciosa de familias prestadas. Las familias de nuestros amigos, de nuestras parejas y/o ex parejas, las familias no nucleares (tías, tíos, primos), los vecinos de toda la vida -como en mi caso- y ésas, las familias no biológicas, de no consanguinidad, o de consanguinidad de tercer grado, nos conforman como sujetos, nos han hecho o han contribuido de una forma u otra, a ser lo que somos hoy.


Más que contarles mi historia con una de mis familias prestadas, debo confesar que hago esta entrada con un desborde atípico de nostalgia, con la intención de explicarme mejor, de rumiar ideas para un futuro texto (que anticipo será un artículo y tal vez, en una etapa más avanzada, una serie de cuentos) y de inaugurar una conversación alrededor de nuestras familias prestadas, ésas que ya no vemos, de las que aún frecuentamos, de los recuerdos que bordean esa idea, de los momentos que jamás olvidaremos, de esas gentes que nos recogieron, nos acogieron en su hogar, nos brindaron una mano, una palabra de aliento, una distracción, un plato de comida y a quiénes tal vez hemos mantenido bajo llave, de quiénes tal vez nos distanciamos sin mayor motivo o simplemente de quiénes el tiempo y las ocupaciones nos fueron alejando.

Estoy muy segura que mientras leen esto, alguien o 'alguienes', les llegan a la mente y al corazón, fragmentos olvidados de la infancia, olores a sopas, a fríjoles, a chocolates, videojuegos, escenas de salas, comedores, risas... lágrimas. Estoy casi segura.

Hoy he pensado mucho en mis familias prestadas. Sus olores característicos, sus manías, sus costumbres, sus colores, sus muebles, sus maneras al hablar, sus detalles, sus palabras de aliento, sus gestos de cariño. Doy gracias por haber conocido y hecho parte de. Por haberme ganado una silla en la mesa, por ser hija adoptiva de tantos hogares, por esas personas que reconocieron en mí más que una huérfana, que vieron y siguen viendo a un miembro más de la familia: que extendieron sus brazos en dirección a mí y me invitaron con una sonrisa a posar para la foto.

Gracias, no los olvido. Y perdón.  Perdón por alejarlos, por morderlos, por mantenerlos a raya, por hacer parecer que los he olvidado. Esto último no es cierto.


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