jueves, 19 de marzo de 2020

Cuentacuentos a domicilio


La verdad es que  me gustaría poder decir, en medio de esta pandemia, que mi profesión tiene un uso importante para la sociedad. Que es imprescindible. Bueno, de lo primero que se prescinde -claramente- en presupuestos y demás -y no solo en emergencias sanitarias- es de la cultura y el entretenimiento (cerraron cines, teatros, bibliotecas), básicamente porque se consideran residuales y, en este preciso momento, porque son punto de encuentro de personas, de comunidad: dadas las circunstancias implica un riesgo de contagio. Pero de aquí podemos sacar algo: la cultura se da en el encuentro, el arte propicia la comunidad y el intercambio.

Ahora que estamos solos, cada uno en nuestra casa, aislados. Ahora que comienza el decretado -casi desdecretado y desautorizado por el presidente estúpido de Colombia- simulacro de cuarentena todo este puente "festivo" en Bogotá y debemos guardarnos en casa para evitar una catástrofe o al menos reducirla, vemos que ese encuentro propiciado por el arte y las industrias creativas o de entretenimiento vaya que son importantes. Estamos buscando qué leer, qué ver, qué película o s erie consumir, qué canales de youtube o podcast o radio sintonizamos. Claro, aquí entra mi profesión. La de contar cuentos y  mi historia propia como escritora y mi oficio: contar cuentos y promocionar la lectura. Sin embargo más que me puedan alumbrar los ojos y literalmente dibujarse en mi cara destellos y estrellitas de pensarlo, me queda algo por admitir: la lectura -y claro, también el aislamiento- va también de privilegio. Como todo en este país y en general en este orden mundial capitalista.
Y es que claro, al estar cerradas las bibliotecas, las personas que no tienen el acceso ni el dinero para  comprar  libros por su cuenta, accedían -si era de su interés- a la biblioteca pública. Claro, también se puede leer por internet, pero hay sectores de la población que no pueden permitirse ese gasto o que -por razones geográficas- simplemente no pueden hacer realidad esa interconexión. Y ahí, de nuevo, es donde me desinflo y desanimo. Entonces lo que escribo quedará en la nada, llega pero a muy pocos, a quiénes gozan de ciertos beneficios y dejan de tocar a quién -ta vez, si lo logro enamorar de la lectura- podría aprovecharlo mejor o significaría una salida posible a la realidad dura y triste en la que está  inmerso. La lectura, el escribir, mi profesión se convierten en un manjar que solo pueden tragar los que tienen los recursos y además el capital intelectual ya dado para disfrutar de mis palabras -si es que están bien hechas y pueden deleitar-. Mis letras, por más que intenten, no pueden tocar al otro, a quién tanto bien le harían en tiempos de angustia, de crisis, de incertidumbre.

Sé que no soy imprescindible. Cómo me gustaría ser médica pero mi vena artística no deja. Cómo me gustaría ser bombero, conductor de ambulancia, farmacéuta, celador, no sé, incluso manufacturera, algo más útil. Pero literata.  Intento de escritora. Dizque promotora de lectura o mediadora, es que ni siquiera se define bien el termino de lo que hago. Solo me quedar contar cuentos a los que me quieran escuchar o leer, a quiénes en esta maraña de redes me dejen entrar a su casa -virtualmente- para poderlos acompañar con mi humilde y desinteresado verbo.

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