jueves, 15 de abril de 2021

Agua salá

 

A .Q,



Me ha costado mucho escribir esta entrada. He comenzado y recomenzado muchas veces y es que tengo atoradas muchas ideas y sensaciones, todas represadas dentro mío, tratando de salir pero algo reprimidas -debo admitir- porque sé que de quién escribo va a leer esto y eso me atraganta. No sé si me importa qué va a decir o qué va a sentir o cómo se va a situar en estas líneas chuecas que pueda dejar aquí, lo cierto es que hay algo que no me deja fluir tanto y, también debo admitir, temo sentirme ridícula (incluso mientras tecleo esto ya me siento algo ridícula) por sentir tantas cosas en tan poco tiempo, por fijar en mi mente ciertas imágenes, por sentir ciertos olores e invocar ciertas palabras al hablar de él, pero bueno, ya estoy cansada de repetirme en diferentes words y blogs que no han visto la luz sobre este tema.

Lo conocí. Ahora que lo pienso siempre olió diferente, se sintió distinto. Lo que  puedo decir es que me caló hondo en muchos sentidos. Cuando pienso en él pienso en varias imágenes que pasan como ráfagas, que se yuxtaponen, que bailan entre sí y que dan una imagen medio borrosa. Solo puedo sentir unas caricias expertas, unos besos muy húmedos -era de esperarse, es una persona marina- y recordar exactamente lo empapada que estuve siempre con él. Me sacudió, me dio vueltas, me embistió como sólo embiste el mar y me cogió desprevenida como solo una ola mal medida al ojímetro puede cogerlo a uno, me hizo llorar, me hizo ir profundo a las sensaciones, a las emociones, al silencio también, a las conversaciones, y me enseño también a vivir en la superficie, en el rumor de lo cotidiano, de lo trivial.

Era un seguidor, leyó mi blog, me siguió en instagram y hasta ahí todo normal. Suele pasar. Digamos que fue lo suficientemente constante pero poco intenso, un día coincidimos en un insomnio y conversamos; creo que ahí mordí el anzuelo. Me dio curiosidad. Me dijo que era biólogo marino y me pareció que eso estaba lejos de todo lo que yo conocía y de las personas que solía frecuentar. Claro, yo estaba en una época en la que estaba harta del mundo, estaba enferma, había mandado a medio mundo pa' el carajo y... contra todo pronóstico, acepté una invitación suya. Ese día lo recuerdo con una sonrisa grande. Habían sido horribles días, de muchas lágrimas e incertidumbre por un posible diagnóstico que me cambiaría la vida para siempre. Decidí darme un respiro y sí que me sorprendí.

Fuimos a almorzar sushi -eso fue una metáfora accidental- y tomamos café para pasar el almuerzo. Yo me sentía medio atolondrada, estaba débil por la enfermedad y tenía sueño, pero recuerdo que él era ese tipo de persona que inspiraba confianza para dormir. No sé por qué pero quería abrazarlo ese primer día, que me consintiera y que me dejara tomar una siestica con él en un chinchorro, en una playita. Obviamente no le dije nada de eso, así que caminamos, caminamos mucho, hablamos demasiado (y qué profunda y deliciosa conversación) por La Candelaria y luego fuimos por otro café. Le di muchas más  horas de las que esperaba darle, le di más energía de la que esperé darle y pronto, lo sabía, le daría mi confianza, la entrada a mi casa y quizá uno que otro abrazo. Apenas llegué a casa, recibí un mensaje suyo. Yo ya estaba enferma de nuevo, migraña y de todo un poco, pero seguía sintiendo ese raro bienestar que dan las personas de agua salada, esa profundidad cómoda que saben dejar.

A partir de ahí empezó una conversación sin final por whatsapp. De cosas triviales, del almuerzo, de la cena, de lo que vimos, de lo que leíamos, de nada, de nada, de nada y de nadar en esa tontería dulce, en ese disfrutar hablar continuo; me dejé sumergir en su trato, en sus atenciones, en su forma tan sutil de hacerme sentir escuchada y especial. Vinieron otras salidas, creo que dos. Había muchas cosas que me gustaban, sus manos, su voz, su altura, su forma de mirarme, de prestarme atención y había muchas otras que me intrigaban, me causaban preguntas (pero preguntas calmas, no de las que no dejan dormir) como: ¿qué se sentirá estar bajo el mar?, ¿cómo son los colores, cómo toca la luz las cosas allá adentro? y ¿qué se siente ser un bicho extraviado, una especie marítima atrapada en esta ciudad? ¿sentirá asfixia? Claro que nunca las hice, tal vez por timidez y también porque disfrutaba mucho dejar fluir nuestras conversaciones en toda dirección no anticipada, sin pretensiones. Pronto lo invité a mi casa.  Pronto me beso. Pronto lo dejé acariciarme. Pronto todo se tornó vertiginoso y me dio de sacudidas como una gran ola. Me zambullí en sensaciones nunca antes exploradas, en besos nunca antes tan húmedos, en conversaciones largas, en días y noches compartidas, en dormir juntos... era diferente y no me causaba ansiedad ni zozobra.

Casi no sentí ganas de huir (que es algo que siempre me pasa cuando me acerco mucho a alguien) y creo que fue la primera y única persona con la que salí y compartí tanto pero no tuvimos sexo, al menos no de penetración. La verdad es que yo estaba tan enferma, estaba pasando por tanto que no tenía muchas ganas de eso, no lo necesitaba y también estaba tratando de desintoxicar mi deseo, de limpiar mi energía sexual. Él lo aceptó sin problemas y nunca me forzó a nada más, siempre respetó esa condición inicial y, paradójicamente, creo que eso era lo que me hacía mojar más: su entendimiento.

Entre nosotros fluía algo siempre. La conversación, las ganas, la humedad de los besos, el juego, mi vagina, su verga, las caricias, los abrazos, las palabras de cariño, los mimos, los mensajes de whatsapp, las llamadas. Todo eran ondas. Ondas de mensajes triviales, ondas térmicas en la intimidad del contacto, de las caricias; ondas de sonido al ritmo de mis gemidos, de sus palabras, de sus susurros, de la respiración entrecortada, de lo que yo alcanzaba a balbucear con sus manos ahorcándome, ondas de movimiento, de mi colchón y su vibración cada que nos acomodábamos en la cama, cada que cambiábamos de posición para acariciarnos desde otro ángulo, para vernos a los ojos, para respirar cerquita el uno del otro y sumergirnos en esa sensación tan poderosa, en la repetición de esas ondas: como si en cada encuentro lanzáramos piedras a un estaque y fuera inevitable, espontánea la consecuencia.

Lo cierto es que hace unas semanas dejamos de lanzar piedritas al estanque. Lo cierto es que ahora que escribo esto, supendimos el contacto porque fluir es un verbo incómodo a veces. Lo cierto es que a veces el agua debe seguir corriendo por otros arroyos, debe buscar otras desembocaduras. Recuerdo la humedad con toda la intensidad que cabe en esta, mi persona hecha de fuego; pero ahora nuestra historia tiene un barco navegando en otra dirección y unas ganas inmensas del reencuentro, por lo menos desde mi puerto, pero no sé si sea pronto, pues todo aquí está salpicado de emociones confusas y, sobre todo, de dos deseos distintos en momentos distintos de nuestras vidas. No queremos lo mismo él y yo, y como todo viaje es totalmente impredecible, por cosas del destino, yo vuelvo a retomar una relación y decidimos despedirnos.

He escrito mucho sobre él, le he hablado a mi teléfono en notas de voz sobre él; lo extraño, sin duda. Debía escribir esto y debía decir que este clavado momentáneo, esta inmersión totalmente inesperada en mi vida, ha sido más que asombrosa. 

Me deja varias polaroids mentales.

Me deja ese rumor de agua salada en la ropa, en la casa, en la cama... me deja ese olor a lágrima en mi mejilla.


P.D: Ambas fotos son suyas, A.

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