sábado, 11 de abril de 2020

Videollamadas (o afecto de pixeles) // Vol. 2



En el volumen pasado traté de esbozar un poco mi acercamiento a las videollamadas sexuales y ese atisbo de sensualidad de lo virtual/erótico. Bueno, en esta cuarentena creo que el tema ha convocado a muchos y a mí, por supuesto. A lo largo de la semana y tiempo mucho más anterior, he sostenido conversaciones con amigos (la mayoría de ellos hombres) sobre el posible significado de esta necesidad -quiero creer que no solo millenial- de intercambiar fotografías o videollamadas con tinte sensual/sexual/erótico. Ahora que estamos todos recluidos, confinados en nuestros pisos, apartamentos, casas con vistas o sin ellas, en un espacio limitado por paredes, muros verticales que dejan clara la dualidad de lo que sucede: afuera hay algo, algo a lo que no podemos/queremos/tratamos de acceder y adentro está lo seguro/lo que nos toca/lo único que escasamente poseemos: nosotros mismos. En medio de estos muros, nuestra pregunta erótica es por el otro. Porque bastante hartos ya estamos por estas semanas de soportarnos solo a nosotros, queremos contacto, ansiamos tocar al otro -aunque imaginariamente- verle, probarle, humedecerle. HUMEDECERNOS.
No siempre me ha gustado exhibir mi cuerpo, en anteriores entradas he contado sobre mi trastorno dismórfico corporal, mi insatisfacción, los vaivenes y problemas con la comida y un largo etcétera. Durante un tiempo reduje y limité mi experiencia sensual/erótica con el estándar socialmente aceptado de cuerpo femenino y claro, eso no me dejó disfrutar de mí, de mis fotografías, de lencería, del sexo en general ni mucho menos de videollamadas sexuales.
La primera, como conté fue con el médico. Después vino mi segundo novio, Sergio, a quién le llamaba la atención el tema de la videollamada digamos "romántica" y el componente erótico no podía concebirlo sin lo presencial. No le gustaba. Me resigné durante los casi 5 años que duró nuestra relación. Sin embargo, en los últimos 2, hice un amigo, Oscar, a quién conocí por una plataforma anterior a tinder llamada "adopta un man" que creo sigue en funcionamiento, y desde que nos conocimos empezamos el intercambio de fotos y material sexual. Yo tenía un portátil TOSHIBA viejo y con esa cámara tomaba mis fotografías eróticas. Mi celular no tenía buena cámara y tampoco tenia tablet. Él me hizo descargar un programa, no recuerdo bien su nombre, pero nos dejaba tener videollamadas privadas, más secretas, sin historial ni registro, ni posibilidad de descarga ni pantallazos. Creo que en ese entonces yo no entendí el nivel de seguridad tan importante que tenía. En fin, esos primeros desnudos y acercamientos a lo erótico virtual desaparecieron en la inmensidad de internet y solo los recordamos -si es que Oscar me recuerda- él y yo. Él estudiaba física en la Nacional y nuestro intercambio fue intermitente durante esos 2 años. Después el tema se volvió agotador pues él siempre quería videollamadas y logró hastiarme por completo, lo bloqueaba, me negaba... eso y que me ocasionó problemas con mi pareja, Sergio -pues era infiel, aún no descubría el poliamor-.
Después de Oscar creo que con nadie me daba la oportunidad o nadie me era tan interesante como para decidir volver a videollamar. Empecé a usar tinder, ya era soltera, pero siempre me tomaba fotos. Solo fotos. A veces yo lanzaba a internet un desnudo, un foto en ropa interior, por pura picardía, diversión, por ver cómo reaccionaba el otro pero no precisamente para quedarme ahí, masturbándome o deseando al otro. Simplemente por inercia o aburrimiento. Digamos que tomé una actitud distante frente a la sexualidad de pixeles, tampoco me sabía igual, no me llamaba la adrenalina, el fuego. También por esta época empecé a saber de muchas chicas a quiénes les colgaban sus 'nudes' -también apareció esta palabra- y las exhibían en internet, con cara, nombre y todo. Algo así como un muro de la infamia para chicas calientes y sensuales: empecé a ver el riesgo de hacerlo y sin embargo no me asusté. Daba igual. Ya no ejercía. No lo practicaba. Pero, eso sí, era horrible ver materiailizado el machismo hasta en el plano sensual/erótico/virtual y ver cómo ganaba terreno el pensamiento enfermo y generalizado de querer avergonzar a una chica o amenazarla con fotos que envió a alguien en quién confiaba.
Poquito a poco la relación con mi cuerpo fue cambiando y en esa medida empecé a tomarme fotos para ver mi progreso en el gimnasio, para desearme, para sentirme deseada. Empecé con fotos tímidas en instagram y luego el descubrimiento de las stories, incluso este mismo blog. Después de salir con un chico fisicoculturista mi autoestima cambió. Sentí -y esto es bastante superficial, debo admitir- que si un chico tan guapo se había fijado en mí, quizá SÍ era atractiva y sensual para otros. Quizá a otros también les pasaba igual. Empecé a fotografiarme para redes, a saludar en ropa interior a una audiencia imaginaria con la esperanza de que más allá de ver un cuerpo rico, follable, las chicas que me vieran se animaran también a sentirse sexies, sin importar si cumplían o no con ese canon de belleza impuesto, con ese discurso, con la delgadez, con la 'norma' femenina. Y así fue. Nunca recibí ni un solo comentario desagradable sobre mi cuerpo -que mi ansiedad siempre me aseguraba-, nunca me dijeron GORDA, no repararon en mi celulitis, en mis estrías, qué sé yo. Los hombres, claro, empezaron a hablarme. Ahí llegaron los turcos a mi vida, empezaron a ofrecerme dinero por mis fotos o 'sets' -como un paquete de fotos, d e 5 a 10 con temática que ofrecían webcammers-, a pedirme que modelara para ellos por webcam, o que iniciara un snapchat premium, o me uniera a flirt4free, que ellos pagaban en euros, dólares, con objetos, me enviaban lencería... Muchas veces me sentí tentada. Me hablaron algunos por años. Son muy insistentes. A raíz de mis lecturas de Orhan Pamuk y de otros autores de medio oriente, empecé a darme cuenta del panorama social y digamos de la forma de relacionarse con eso erótico/sensual/sexual de un joven turco contemporáneo, -especialmente los  hombres- atrapados en un mundo ya hiperconectado, una vitrina de cuerpos a la cual podían acceder solo desde lo virtual, pues su nación y sus costumbres (los que practicaban el islam) eran profundamente conservadoras y estrictas. No había sexo hasta casarse. Ninguna turca accedía a tener relaciones sexuales sin matrimonio, claro. Había prostitutas pero estaba mal visto, incluso podían ser perseguidos. De repente me pareció gozar de un privilegio, de una forma de interactuar "más libre" pero al mismo tiempo tan sexualizada que ya era también un problema. Bueno, tal vez más adelante haga una entrada sobre los turcos. Vuelvo.
Llegó a mi vida M y la fotografía, pasión que habíamos compartido juntos en la academia. Empecé a ser su modelo, aún juzgándome a veces, sintiendo que no era suficiente, indigna, pero con el tiempo me fui soltando. Fotos eróticas profesionales. Lencería. Juegos. Luces. Todo esto que he dejado entrever en el blog. Y así llego a esta cuarentena. He recibido muchas ofertas (no quiero ser pretenciosa) de sexting en esta cuarentena. Creo que a muchas chicas les estará pasando igual, incluso, pudiendo escalar al acoso virtual. Todo el mundo está buscando ese contacto y tienen las ganas alborotadas, las hormonas a  mil, las ansiedades, la priorización del sexo... Eso no tiene nada de malo, creo yo. Aunque a veces los siento tan desesperados, incluso igual o más que los turcos. Es un fenómeno complejo de analizar. Sin embargo, con nadie he accedido. Es decir, nadie me interesa para eso, y no porque "tenga sexo en vivo y en directo con mi pareja", como me insinuó alguien hace poco. No. Simplemente no me gustan, no me quiero asomar a la virtualidad del otro así, no ansío tocarlo, mucho menos por aburrimiento o curiosidad. Solo con un alguien en específico.

Con él volví a intercambiar 'packs' -palabra que también aparece recientemente- o 'nudes'. Lo hice porque me gusta quién es. Genuinamente. Porque le pienso, le deseo, quiero que me tenga -que guarde mis fotos en su teléfono si quiere-, me vea, pueda masturbarse conmigo. Jamás pensé que él me lo fuera a proponer, siendo reacio -como me había dicho que era- a las redes. Ya habíamos tenido sexo. Fue la última vez que salí antes de empezar la cuarentena, ya había hablado de él en una entrada anterior. Sí. Estoy muy tragada. En fin. Me convoca este tema ahora por el encierro, por él, porque hace mucho no lo hacía y quería reflexionar un poco sobre ello. Siento que me tomé los mejores desnudos de mi carrera (risas) esa noche con él. Aquí dejo solo dos, a él le mandé muchos más y mejores, claro. También videos, audios (suspiro). Me gusta demasiado y la distancia pesa, el afecto de pixeles no es lo mismo, ya lo habrán notado ustedes también. Ahora debo confesarles que después de  este intercambio sensual/erótico/virtual y un par de conversaciones más normales, el sujeto desapareció de redes. Así incluyo, con dolor -y sin forma de contactarlo más allá de si lee este blog- un nuevo término para el aislamiento:"ghosting".

¿Les ha pasado alguna vez?

PD: Esta última foto me la tomé al día siguiente, planeaba enviarla junto a otras a esa persona y pues... 💔

2 comentarios:

  1. Eres un libro muy grande con pensamientos y historias interesantes

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  2. Mmmm es solo cuestión de curiosidad, saber si tienes la respuesta o solamente una opinión, hablas de la mujer (tu en este caso) mostrando y hombres proponiendo sexting, pidiendo packs y otros tipos de aventuras virtuales... Crees que alguna vez sea al contrario? 🤔 es algo que siempre he querido saber...

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