jueves, 16 de mayo de 2019

Religión tonal


Mi apartamento es una oda al color turquesa. Mis sábanas, mi edredón, mi ropa interior, la mayoría de mis blusas, varias chaquetas, el casco de mi moto, el forro de mi celular, mi maleta, los tapetes para el baño, las toallas, la licuadora, el molinillo, las uñas de mis pies cuando las pinto para un fin de semana en San Francisco, varios de mis sostenes y medias; incluso el escritorio desde el que escribo. Ah, y pronto un rallador pequeño. Todos, en sus variaciones mate y brillante, claro o más bien oscuro, son indudablemente turquesas.

No sé cuándo comenzó mi obsesión. Lo cierto es que bastó un parpadeo para verme a mí misma sumida en un montón de cosas de ese color. Bien es cierto que soy muy dada a los símbolos, que cuando algo me gusta lo llevo y lo porto como un talismán, que hay ciertos objetos, animales y detalles que me representan y trato de llevarlos con la dignidad que merecen y enunciarlos en mí. En la universidad, mi profesora de Estéticas, una licenciada en Filosofía, comentaba que no bastaba con decir, había que configurarse como una verdadera obra de arte, así pues, puse más fuerza en la carpintería y eché a andar mi modo de vida turquesa.

Si vieran las vergüenzas que he pasado por conseguir objetos dignos de entrar en mi apartamento. Situaciones irrisorias en las que he terminado envuelta, solo por hacerle caso a mi obsesión: como aquella vez en que preferí comprar un juego de sábanas de mil hilos y dejar de comer casi por una semana, o este escritorio, desviando el dinero que había guardado para pagar la administración, –deuda que siguió creciendo y que tuve que pagar seis meses después–. Más joven fue difícil. Cuando apenas contaba con un mísero sueldo de vendedora los fines de semana, o cuando emprendí en las ventas por catálogo y lo poco que vendía de la revista cy°zone (risas) iba directo para un forro, un reloj que no iba a usar –nunca aprendí a dar la hora–, o unas sandalias costosas y poco prácticas. También, he contado con la fortuna de ganar objetos turquesa: un set de ollas que aún conservo –un plus promocional a mis ventas por catálogo–, una licuadora y un termo.

Debo admitir que las posibilidades de conseguir algo de ese color se han multiplicado con el pasar de los años. Ahora, al parecer, está en tendencia y hace más fácil las compras, aunque no puedo negar que miro con recelo a quienes compran algo sin ser devotos de esa gama tonal (risas).

Total. En fin. Hace poco leí sobre el significado del turquesa en el feng shui: envolvente, relajante, apacigua la ansiedad. También induce a la creatividad y pues, ajá: este blog se debe entero a mi religión.

Visítenme en otras redes sociales y stalkéenme, verán lo fanática que soy. Espero ser constante y escribir los jueves y domingos. Amén. 

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